jueves, 27 de mayo de 2010

Carta a Miguel Hernández



Querido Miguel:
Camino entre los surcos con que siembras el alma humana de versos y verdades, simiente a caballo entre la tierra y el aire, entre la vida y un vacío de vaciedades.
Piso el terruño, la tierra, procurando no dañarme con la herida que tu arado puso en ella o con la piedra que se opuso a ser abierta por el rayo, por la reja, que no cesan.
Y sin embargo, ¿habrá mejor herida que la que hieren y sajan tus poemas?

¡Quién fuera expulsado como tú al campo y a los animales!
No sé si sabrás, si sabes, que hoy día entre máquinas buscamos abejas, amapolas y árboles frutales y en ondas mecánicas y electromagnéticas las acústicas estacionarias del alma, olvidando que luchamos y morimos, solos, en nuestras propias soledades.

Ya no se llora con llanto de cebolla el dolor del alma, el llanto a la muerte y la sangre en guerra, que hoy día la palabra se ha vuelto tan de acero y tan seca que estamos olvidando que para desentrañarla, para entenderla, necesitamos del poema, de poetas como tú, de poetas.
Andamos tan perdidos en nuestras ciencias y miserias que para evitar sufrimientos por quienes, vivos o muertos, sufren y claman, en vez de poemas tomamos drogas que adormecen el alma, que adormecen el viento que sutil y lacerante recuerda que la vida pasa, pues querer, no queremos que nos duela ya el aliento.

Inoculan a los niños poemas y músicas de alcantarilla. Los niños no quieren ser ya niños sino ancianos sabios que buscan la sabiduría en el verso ajado, proscrito, vulgar de la falsa belleza de brillantina.
Los poetas escriben para sí mismos para coleccionar premios sin rimas, alabanzas sin medida, fama sin norma ni estrofa. Sus versos son hojas sin flores que solas se deshojan, alfalfa seca y floja.
Por eso, compañero del alma, amigo de versos, que lloras por la vida y los amigos y en versos nos invitas a lágrimas, aún necesitamos y queremos tu presencia, tu presencia centenaria, que una vez más, huracán sediento, aborrasque nuestras conciencias y nuestras almas de la belleza que enseñaste a aprisionar con palabras, a aprisionar y a dejar libre, que sólo quien ha sido esclavo y preso de las ideas y de la palabra sabe de verdad qué es la libertad y cómo merece dar la vida por ella, por ellas, con sangre, sudor y lágrimas.

Sintiendo un poco más la vida y aprendiendo de tus versos a desentrañarla, con las manos manchadas en barro coloco una flor donde muchos ven una tumba, donde yo veo el alma de la vida retratada.

Hasta pronto, que pronto nos veremos, Miguel, Miguel Hernández, compañero, poeta, amigo para siempre del alma.

2 comentarios:

Julio dijo...

Participo de la hondura de esta carta y su sentido ético y lírico. Con un aplauso.
Salud.

Julio G. Alonso

J.C. Martínez dijo...

¡Me llevas de sorpresa en sorpresa, Julio!
Me alegra que el texto te signifique algo.
Un abrazo.