lunes, 27 de septiembre de 2010
8.- Papá, ¿qué es el tiempo?
jueves, 23 de septiembre de 2010
7.- Lee
No me cabe la menor duda de que existen manuales con todo tipo de respuestas a la pregunta “¿Y usted, por qué hace el Camino?” y que enumerarlas aquí sería vano y superfluo, así como buscar una nueva aguja en el pajar de lo raro o de lo extravagante. Sin embargo, al establecerse una nueva relación, es la primera pregunta que surge en la mente.
Eso no quiere decir que todos los que se encuentran y deciden entablar una relación, por mínima que sea, hayan de hacerse tal pregunta. Todo lo contrario. En la mayor parte de los casos esa pregunta se omite. Más tarde, según las respuestas, aclaradas por los gestos, tono de voz, empatía, atracción o interés, el receptor –los receptores- va abriendo ese abanico de respuestas no verbalizadas.
Tres kilómetros desde el centro de Logroño, tal vez cuatro. En un banco, sobre las siete y media de la mañana, dos sombreros delatan la procedencia asiática de sus dueños.
-Pronto han pinchado –alguien comenta sin buscar profundas razones.
Eran mis primeros coreanos de aquel día. Saludamos con la mano. Creí distinguir una leve sonrisa en uno de ellos y ojos de pájaro que no se fía en el otro.
-Padre e hijo -sugirió mi compañero-. No está mal.
No los volvimos a ver.
Al día siguiente, la salida desde Nájera resultó complicada. ¿Por ser de noche, porque ya falla la vista, por la mala ubicación de conchas y flechas amarillas en el centro del lugar? Como siempre, una vez descubierta la lógica del pintor, todo resultó evidente.
Comenzamos con la subida y la bajada de la rojiza montaña que protege la ciudad calentando motores con los diez grados de temperatura ambiente de aquella mañana. Caminamos entre viñedos atravesando altozanos, pistas rurales y cruces de carretera. Durante el almuerzo, subidos en unos fardos de paja lindantes con el camino, volvieron a pasar aquellos dos sombreros de corte oriental occidentalizado. Iban separados y parecía que no tenían mucho que contarse aquella mañana.
Fue en la tercera jornada, a una hora de Santo Domingo, cuando ocurrió. Primero los divisamos al contraluz de un sol veraniego, por la mañana, subiendo una colina. Luego, una vez más, cada uno siguió su ritmo. Y no fue sino al terminar el almuerzo cuando ellos dieron una señal de reconocimiento, al adelantarnos, saludando con la mano.
Avanzaban. Se detenían. Hacía el padre una, doscientas fotos. Continuaban. Cuando bajábamos la última ladera antes de llegar a la ciudad, Lee, con paso rápido y seguro se dispuso a adelantarnos.
-Morning –dije.
-Morning –contestó con una voz falta de tono y de color.
-¿De dónde eres? –pregunté en inglés, aunque se adivinaba que era coreano, la tercera o cuarta nación que más recorre el Camino de Santiago.
Siempre le había visto solo. Incluso cuando caminaba junto a su padre nunca se les veía en conversación. Pensé que las preguntas de siempre desbrozarían el camino hasta hallar algo común o interesante que contar; pero como esto no ocurría, a excepción de que de su nombre sólo entendía la palabra “Lee” (como Bruce Lee), opté por formular la pregunta prohibida:
-¿Y cómo así vienes de tan lejos a hacer el Camino de Santiago?
Lee buscó las palabras adecuadas en inglés. Como no encontraba la palabra exacta, unas veces miraba al cielo y otras a la tierra, como buscando ayuda. Volvía la cabeza y miraba hacia atrás como pidiendo al padre que le echase una mano. Se arrancó a hablar dos veces y dos veces se detuvo con sonidos incomprensibles. Sospechando que le había puesto en un compromiso opté por abandonar.
Y tal como suelo hacer en situaciones llamadas embarazosas, tras una breve disculpa, -“Oh, don´t worry about it”-cambié de tema con la misma facilidad con que un niño coge una onza de chocolate y se la mete en la boca.
Lee no hablaba un perfecto inglés, pero comunicaba bien. De cara un poco alargada, los ojos más altos que anchos y el pelo liso acabado un poco en punta daba la impresión de estar en permanente estado de admiración. Pasamos casi media hora hablando de los respectivos países. Cuando creí haber engañado sus miedos y recelos volví a la carga:
-¿Por qué dijiste que habías venido con tu padre al Camino de Santiago?
Sin trabarse lo más mínimo, contestó a la primera, a bocajarro:
-Yo no quería venir. Es mi padre el interesado; pero sólo habla coreano y necesitaba a alguien. Me ha pagado el viaje y como estoy en paro hasta diciembre en que iré con una beca a Texas a hacer un master no tenía nada mejor que hacer y acepté.
Seguimos hablando otros quince minutos. Al llegar al cartel de entrada donde se puede leer Santo Domingo nos despedimos. Lee dijo adiós a lo oriental, con las manos juntas, inclinando la cabeza ligeramente hacia adelante, agradeciendo la compañía, dejando bien claro con gestos que no con muchas palabras que había sido un pequeño placer y un honor caminar juntos. Delicadeza oriental
Perdí su rastro.
Durante las tres siguientes jornadas no supe nada de él –Villafranca Montes de Oca, San Medel-Burgos, Tardajos.
Cuando volví a verlo, en Hontanas, un oasis en el desierto de cereal mesetario, lo encontré hablando animadamente en un corro. Dudé si era él, siempre solo y circunspecto; además, los rasgos orientales nos confunden. Parecía estar en su ambiente, hablando y escuchando. Una hora más tarde –habíamos hecho allí el alto en el camino- salí de la habitación para buscarlo y saludarle.
-¡Carlos! –exclamó con efusividad.
-¿Te acuerdas aún de mí?
-Sí. 27 de diciembre…
Efectivamente dio la triple contraseña del primer encuentro. Entonces hablaba con la timidez del extranjero que aún no se siente cómodo en tierra extranjera; ahora se le notaba suelto y abierto. Su voz, entonces monótona, ahora era suave y apacible, recogía oídos y miradas. Su simpatía aunaba corazones.
Nos pusimos brevemente al día. Me fui a hacer unas compras para la cena. Cuando volví a buscarlo, las ocho y media de la tarde, para asistir juntos al espectáculo del atardecer desde lo alto de la montaña que protege el pueblo, me informaron que estaba dando un paseo en compañía de una joven alemana. A las nueve y cuarto de la noche lo encontré frente al albergue departiendo con un sudamericano. Nos hicimos la foto, ya sin miedo, intercambiamos e-mails, nos dimos calurosamente las manos, luego un abrazo y nos dijimos adiós. Resultaría una despedida precipitada, pues, poco después, por otro motivo, le vi hablando con otra moza del lugar. Nueva y errónea despedida –como toda despedida en sí-, pues al día siguiente. nuestro último día del Camino, volveríamos a hacerlo hasta tres veces más.
Algo había cambiado en Lee desde que lo encontré, sentado en un banco, como agotado, a las 7:30 de la mañana, a las afueras de Logroño. Aquel joven que hacía poco había acabado sus estudios en la Universidad, de apariencia tímida, callada, extranjero en tierra extranjera, sin grandes motivos para hacer aquel larguísimo viaje, limitado a su soledad y a la soledad casi absoluta del padre, ahora aparecía seguro de sí mismo, con una sonrisa ilimitada, proclive a todo encuentro.
Y es que el Camino, incluso en la desértica meseta interminable de sol y rastrojos de verano, incluso para aquel que lo hace sin saber por qué, tiene algo que… engancha.
Lee.
lunes, 20 de septiembre de 2010
6.- Voluntarios
Muchos, a menudo ocultos y desconocidos, son los que protegen el Camino con su voluntariado. Anónimos, invisibles, aparecen y desaparecen en sus múltiples funciones. Mayoritariamente son mujeres. Hay quienes sencillamente hacen un relevo al día o a la semana para atender el albergue municipal o parroquial; hay quienes, más humildemente, barren, friegan o ponen en orden camas y literas; los hay que preparan el menú del peregrino, quienes abren las iglesias, quienes actúan como improvisados cicerones en ellas o quienes a falta de oratoria y grandes retablos cantan las alabanzas al santo o a la virgen del lugar invitando a continuación a una oración.
La primera vez que los ves, amables, serviciales, concediendo su tiempo a los demás sin beneficio pecuniario alguno, te sorprenden; luego, te inquietan y te cuestionan algunos aspectos de nuestra ajetreada y egoísta vida occidental; no mucho después comienzas a admirarles y a sentir la necesidad de compartir un tiempo con ellos.
Es entonces cuando se sienten recompensadas –perdonad este brusco cambio al femenino, pero una gran mayoría son mujeres- y cuando tu curiosidad o tu discusión por un detalle se vuelve emotiva, inquietante y enriquecedora. El trato natural se transforma en cercanía y roza la intimidad. Si te dejas llevar por cada una de sus personalidades un montón de pequeños regalos surgen, sin buscarlos, en el Camino.
Tomemos a Elisa por ejemplo.
Villatuerta, Navarra, a 4 kms. de la muy noble y leal ciudad de Estella.
Si encontrases la puerta de la iglesia dedicada a San Veremundo cerrada sólo tienes que preguntar a cualquier vecino por la guardiana de las llaves. Elisa, que ha recalado en Villatuerta en su paso por esta vida y que ha sido bendecida con el don de la generosidad, dejará de hacer lo que está haciendo y se presentará de inmediato con su pequeño manojo de llaves a abrirte la puerta de la iglesia. Una vez dentro, te concederá unos minutos –no muchos- para que disfrutes, si es verano, de la frescura, soledad y oscuridad del recinto sagrado hasta que, poco a poco, primero los grises y después toda una viva gama de colores invadan tu visón de las cosas. Entonces y sólo entonces se te acercará por la espalda con su pequeña libreta, escrita en la primera parte, en blanco la segunda, y siguiendo los apuntes con un bolígrafo como puntero comenzará a darte unos primeros trazos de orden cultural de lo que estás observando. Si te muestras receptivo, ella agradecerá tu interés con su amena conversación.
-¿Y quién dice usted que talló el altar? –pregunta Julio, que gusta usar el usted con personas de edad.
-Espera un momento que lo miro. Fue… -y busca afanosamente entre las cuadrículas de la libreta.
-Para mí, que es el mismo escultor que talló el altar de la iglesia de mi pueblo –sentencia Julio sin dejar el más breve resquicio a la discusión.
-¿Sabes cómo se llama? -pregunta ella por si el nombre le sonara familiar y de paso salir de aquel atolladero de tonos rotundos impositivos que no está dispuesta a aceptar.
-No, pero el estilo es idéntico. Es más: este altar es copia del de mi pueblo –continúa, ufano, defendiendo su posición.
Aquí Elisa acepta el reto de la discusión creyéndose ganadora y olvida seguir buscando.
-¿De cuándo data el altar que dices?
-Que me es igual –apostilla Julio sin dar el brazo a torcer aún sabiendo que sólo está jugando por el prurito de discutir tozudamente-. Ya le digo yo que el de mi pueblo fue primero y que este es una copia.
Es divertido escuchar este tipo de conversaciones sin tomar partido. Allí se esgrimen dichos y citas que nadie corrobora, refranes que lo mismo atacan que defienden, nombres de curas y tradiciones festivas que nada testifican, detalles ornamentales, exvotos y otras ganaderías. Todo vale.
-¡Aquí está! –toma aire- Yo no digo –insiste ella sonriente por el hallazgo y más por no ceder que por tener o no tener razón- que el de tu pueblo sea o no sea, pero San Veremundo sólo hay uno.
Los asistentes a la lidia pueden salir al claustro, sencillo, encantador, con todos los detalles que se espera de un pequeño claustrillo, o disfrutar de esta lucha de cuernos de carnero. Pero, siempre, siempre, el final es amable, cariñoso, prometedor.
-Ya pasaré otro día y se convencerá –acaba sentenciando Julio No crea que me doy por vencido.
Y allí queda alguien, con su manojo de llaves, como un soplo de atardecer, como un vaso de agua fresca en el Camino.
María, por el contrario, es una mujer hiper-mega-religiosa; es decir, una humilde creyente de las de antes, viuda y alma mater del cuidado de la iglesia rupestre de Tosantos, en la provincia de Burgos. Al hablar infunde ese fervor que recuerda aquellas viejas Vidas de Santos de los comics –entonces tebeos- de los años 60. Católica, apostólica, romana y, sin duda alguna, celestial. Invita al rezo mariano, a los cristianos timoratos que se acercan a la ermita y sabe aguantar con estoicismo las burlas de algún –creyente o ateo, es igual- irrespetuoso.
-Cada uno -afirma- sabe por qué hace el Camino. Yo estoy para cumplir con mi menester: abrir, explicar, rezar y cerrar esta puerta. No soy nadie para juzgar a nadie. Si suben aquí, por algo será. Yo no tengo por qué saberlo. Sólo ellos y Dios lo saben, Creo que el Camino es bueno y que lo que yo hago también es bueno. Lo demás no es de mi incumbencia. Buen Camino, señores.
Pero voluntarios del Camino no son sólo estas personas que de forma tan directa dan lo que, aparentemente poco, pueden. También existen otros voluntarios involuntarios y que son requeridos en circunstancias especiales y anómalas, a quienes se les pide ayuda y quienes, sin conocerte, se involucran en tu destino y camino dándote la mano.
Ahí están, por ejemplo, Rufino, Mariano, Pachi y cien mil más por quienes, como los voluntarios, nadie pagará 7 millones de euros como rescate alguno por su trabajo generoso en países exóticos pero cuyo valor supera cualquier cifra que quieran poner los políticos, los directores de clubs de fútbol o los poderosos.
Ellos no provocan grandes aventuras; aunque, sin duda alguna, son la aventura que espera a los peregrinos que se cruzan en su camino.
viernes, 17 de septiembre de 2010
5.- Two German Girls - Tosantos
Como muchos –supongo, y me repito- no tenía ni idea de lo que se podía esperar del Camino. En realidad no esperaba nada especial. El hecho de hacerlo protegido por una amplia compañía a la que me sentía unido, y parcialmente atado, restaba toda posibilidad de aventura o encuentros misteriosos. Y tampoco esperaba nada especial a pesar de que las numerosas frases de doble sentido, palabras inasibles, expresiones cubiertas de niebla sobre el Camino dejaban una promesa de emociones inesperadas, encuentros inexcusables, descanso anímico de hombre de ciudad.
Después de haber sido materialmente asaltado por el azar los primeros días con el refrescante encuentro con Cho Hyean Me o Laura, Pura Vida -el desconocido que tiene algo que mostrarte- caminar las siguientes etapas ricas de iglesias y viñedos riojanos, ya crecidos y con abundante uva, promesa de banquetes y fiestas, comenzar las tierras burgalesas, aún en lontananza, con promesas de pan, todo amarillo, todo con rastrojos delatores, y no haber ocurrido incidencia alguna digna de mención, excepto las provocadas por los cuatro caminantes entre ellos mismos, por una parte me dejaba claro que el Camino no era un Show Televisivo donde a cada hora del día hay un escándalo, un partido de fútbol, una mala película… ni tampoco un espacio de constante, obligada y neurótica diversión al son de los tiempos.
En Villambistia no pudimos ver el interior de la iglesia; no por ser hora temprana, sino por encontrar, sorprendentemente, a la coral del pueblo ensayando. En los dos siguientes pueblos ni siquiera descubrimos a un lugareño. En Tosantos, la iglesia rupestre seguía quedando alejada del Camino.
Siempre que pasaba por este pequeño y desconocido pueblito, igual que en Redecilla del Camino la Pila Bautismal del siglo XII, me decía “otro día será, pasaré con más tiempo.” Han pasado más de 35 años con este número más que triplicado las veces que he transitado por estos parajes y una vez más he pasado de largo .
Cuando al final del trayecto cogimos el autocar que nos llevaría desde Villafranca Montes de Oca a Grañón para recuperar nuestro coche escoba, después de ver la exquisita iglesia de San Juan Bautista, una de las miles de pequeñas joyas desconocidas de nuestro país, sorpresa inesperada de quien abandona la cómoda carretera nacional y recala en el pueblo, decidimos detenernos allí donde siempre nos habíamos excusado por la premura de tiempo,
La mujer del primer bar junto a la carretera nos animó a subir a la ermita, horadada en mitad de la montaña.
-Probablemente esté allí María enseñándola. Subió hace media hora con unos peregrinos.
Atravesamos medio pueblo –francamente pequeño-, ahora recuperado por aquellos que un día emigraron a Bilbao, a Barcelona, tal vez a Madrid, casi abandonado y ruinoso en los años 80-90, cruzamos el riachuelo y la chopera, escuchamos aves y hojas nacidas para ser mecidas por el leve viento de la tarde y subimos el empinado camino de la derecha, de tierras calizas, hacia la ermita.
Estaba abierta la puerta enrejada de afuera y muy entornada la de entrada, de madera.
Entramos respetando el silencio reverencial que dominaba la pequeña ermita.
-Al final de la explicación –repetía María- una chicas cantarán a la virgen.
Y me imaginé cantando, si no el Salve Regina al menos alguna antiquísima canción mariana. Cuando María acabó la explicación, dos chicas, de unos 17 años de apariencia pero probablemente entre 19 y 21 fueron a la parte de atrás, al improvisado coro, y proyectando la voz desde el fondo entonaron Bless the Lord my Soul (El Señor bendiga mi alma) Mal situado para verlas cantar, me levanté y me coloqué en un lateral.
-¡El canto de los ángeles! –escuché de mi mente.
La impecable y perfecta entrada, la primera nota, la primera palabra “bless” predijeron que aquella música, aquellas voces no eran de la tierra. Apenas habían alcanzado el primer verso –Bless the Lord my soul- hube de cerrar los ojos, abrir de par en par todos los sentidos y olvidarme de mi propio cuerpo, pues los sonidos eran tan subyugantes y poderos como para hacer vibrar el aire, la carne, los corazones, las paredes bajo la montaña, el universo abarcable.
Dudo que cuando uno alcanza en su propia mente el estado alfa después de un buen ejercicio de respiración, o cuando en plena meditación uno vive y trabaja en su paraíso personal, o en esos momentos de soledad individual absoluta, la sensación de pérdida de gravidez, de abandono del ego, de sentirse parte del todo –naturaleza o cosmos- sea más patente.
Posiblemente, cuando Juan el bautista bautizó a Jesús de Nazareth y la gente creyó ver rasgarse los cielos y escuchar a Dios o a los ángeles, no fue sino que alguien con una voz pura, reflejo de la Vida, entonó una canción adecuada al momento y al lugar.
Sobrecogidos, pues, por aquellos inefables sonidos, cada uno de los presentes se dejó llevar a sus propias inquietudes. Incluso la parejita del primer banco que no cesaba de mostrar su anticlericalismo mientras María lanzaba las alabanzas a la Virgen y al Señor cesó en sus murmullos para dejar oír un sonido superior.
No habían recitado aún la segunda estrofa y varios de los asistentes, de distintas nacionalidades, -franceses, irlandés, españoles, italianos…- se recogían con los ojos cerrados.
Una explosión de sonidos y de sensaciones, de sangre a ritmo de corazón, un sentirse bien, invadió la atmósfera. No se necesitaba más. Dudo que los eremitas que habitaron aquel cenáculo adquirieran un estado de comunicación con Dios o con la naturaleza de las cosas superior al que aquella improvisada comunidad alcanzaba.
Repetirían el canon unas siete u ocho veces. Siempre igual y siempre distinto. Siempre perfeccionando la más mínima variación, suspensa la respiración de los oyentes. Cuando el descenso de la intensidad de la música y la ralentización de las notas avisaron que nos preparásemos para volver a la realidad, presente y vital, no artística de la vida, los pechos, necesitados de aire, comenzaron a inspirar.
Acabado el sonido de la música, aún sabiendo fehacientemente que la composición había finalizado, nadie mostró el menor asomo de querer romper el silencio. Sólo cuando María lo creyó oportuno irrumpió con un aplauso lento, rotundo, sonoro que poco a poco fue en aumento hasta hacer temblar la montaña.
Two German Girls.
lunes, 13 de septiembre de 2010
4.- Pachi - Grañón
Alegre, comunicativo, directo, con don de gentes, Pachi o Patxi –Who knows?- podría ser, por el físico, el auténtico protagonista de Jesuscristo Superstar; por su forma de comportarse, un cura moderno, progre, obrero, de los años 70; por su labia, el mejor político del momento.
En el bar del pueblo, se le ve atento a todos y a cada uno de los concurrentes, desde la oronda camarera de aspecto campestre a quien sobrecoge la clientela después de la misa de una del domingo, hasta el último cliente, creyente o ateo del bar, por no decir más sobre el desparpajo de su fluida conversación con las damas de las mesas de afuera. Más parecía el dueño de un bar con pedigrí que atiende por la satisfacción y placer a una clientela de clase que un mero cliente que bebe un tinto reserva navarro con los amigos.
Grañón. Rioja.
Cuando al día siguiente regresamos para que nos enseñase la iglesia, en visita privada, su cálido recibimiento no desmereció del recibido en las presentaciones el día anterior.
Hijo de Sansol –Navarra- se había encontrado con J. unas semanas antes en una celebración familiar. Ahora era el momento de que ambos cumplieran con su palabra: J., haciéndole la visita prometida para que nos enseñase la iglesia de la parroquia que dirigía; Pachi, recibiendo a aquel cuasi pariente de Torres del Río mostrándole las excelencias de su vocación.
Las excelencias de su vocación.
Para muchos, tales excelencias se reducen al “ora et labora” propios de un cura rural. Para Pachi, su componente eclesiástico se compone de tres ramas fundamentales, a la vez subdivididas en incontables ramas de infinitas posibilidades, en la combinación de número de pueblos a los que asiste, multiplicado por el número de feligreses, practicantes o no practicantes. Estas tres ramas, predeterminadas, como se dice ahora, serían:
a) cuidar su propia persona como creyente y como persona instruida.
b) cuidar de su grey atendiendo en todos los aspectos físico-espirituales que hubiera menester.
c) mejorar física y artísticamente la iglesia que preside.
Su saludo, para quien lo encuentra por primera vez, es una mano grande de hombre honrado de campo; un apretón que transmite respeto, bondad, energía, disponibilidad. Sentir su contacto te hace creer que es un hombre convencido de su persona y de su ministerio.
Su voz, potente y sonora, saliendo de esa boca bien cincelada, en medio de una cara poblada de barba donde ya comienzan a aparecer distintos tonos de bello blanco y gris, se hace escuchar, y obliga a escuchar los silencios.
El cuerpo, alto, fuerte, de hombros recios y pisar decidido, dan esa prestancia y apariencia de hombre de pensamiento creativo y artístico.
Entramos en la iglesia. Durante el recorrido no abusó ni de clericalismo ni de citas evangélicas. Breve y conciso en su exposición; mas, apasionado en las explicaciones del cómo encontró aquel templo y los días y los trabajos que le costaron poder mostrarlo tal como lo encontrábamos ahora. Su rostro se perdía en el recuerdo de tallas ocultas, la sacristía semi abandonada, las casullas bordadas en oro pasto de humedades y del tiempo… Se perdía y se iluminaba. Se apagaba y se encendía su voz. Rostro y manos morían primero, para ganar a continuación en expresividad y viveza.
Pachi, que sabe que el paso por la vida como el paso por aquella parroquia, es cuestión de tiempo –breve-, parece entregar la herencia de su palabra, de su hacer, de su persona, en la mejora de la casa del Señor. Pero también sabe que esa mejora es arte y cultura, y no quiere que una religión tradicional, aburrida y decadente, pierda la enorme riqueza de sus creyentes a través de los siglos.
-¡Si vierais cómo encontré las capas pluviales y casullas, aquellos libros de canto del fondo de la sacristía, en esta especie de alacena tapiada! Más parecían pasto de ratas que vestidos religiosos para los días grandes y solemnes… Escondido, detrás del altar, encontramos a este San Miguel Arcángel venciendo al demonio; pero, fijaos en el detalle de cómo el demonio de una forma erótica pone sus manos sobre la pierna del arcángel. Eso debió de perderlos a los dos pues fueron condenados a vivir por siglos detrás del altar. Al menos no lo destruyeron.
Pachi siente que cada piedra que ha limpiado, cada imagen que ha rescatado, cada vestimenta que ha recuperado es como si hubiera salvado un alma, como si hubiera alcanzado la gracia un nuevo converso.
-¿Y después de ti?
-Después de mi, ¿quién sabe? Quizás alguien continúe con ello o quizás pasen otros dos o tres siglos hasta que alguien vuelva a recuperar estas joyas, o aparezcan otras…
Porque, para Patchi, tan joya es la leve pintura casi invisible que matiza un pliegue del vestido de un bajorrelieve de un santo como aquel ángel defenestrado, como la palabra de cualquiera de sus parroquianos y feligreses.
-¿Y ellos valoran este trabajo?
-Muy pocos; pero, ven. Ven que todo está más limpio, que se han hecho muchas cosas, que para ellos no sirven de nada… Tal vez, con el tiempo, cuando me vaya o me muera. Pero eso no importa. Lo que importa es que alguien lo hizo y yo estoy aquí para rescatarlo, mientras dure, claro.
Puedo imaginar fácilmente a este anónimo cura de pueblo con la pica y la paleta, con la brocha y el pincel, limpiando, examinando, pensando, proyectando. Lo veo en frenesí nocturno hasta altas horas de la noche, apasionado por un detalle o un descubrimiento, por algo que jamás sus feligreses, se enterarán de que existe.
Así, entre ora et labora, sin ser miembro de la orden que hizo famosa tal consigna, Pachi pasa la vida.
Cuando ves cómo le miran, cómo hablan de él en el pueblo, sabes que los héroes y los santos sentían ese fervor del pueblo aunque, a veces, también les mataban.
Pachi, o Patxi, –Who knows?
El cielo no debe de andar muy lejos de él.
sábado, 11 de septiembre de 2010
3.- Pura Vida - Estella
Y, sin embargo, parece que ve con claridad el camino.
No, no es invidente ni clarividente; pero mira, observa, ve con claridad. No necesita tener los ojos abiertos ni cerrados para reconocer el camino. Posiblemente porque con los ojos abiertos a veces erró; posiblemente porque con los ojos cerrados decidió cuál era la mejor opción.
A lo lejos, puedes confundirla con una mujer blanca de pelo rubio, delgada, de facciones ya marcadas por la edad y la experiencia. A una distancia media, los complementos pueden confundirte y hacerte preguntar qué hace una “piel roja” por estos lares tan lejanos para Manitú. De cerca, te sorprende esa mirada que interroga a cuanto pasa a su lado, ese dejarse llevar por las circunstancias y las conversaciones del camino, ese acercamiento del que ha vivido –vivido- con y entre humanos.
Una vez más, pasé de largo por no desconectar de mis objetivos del Camino, ni de la naturaleza. Una vez más mis acompañantes iniciaron el rito del saludo.
Siempre que ha de darse un acontecimiento, la ocasión aparece y se da. Siempre que ha de darse un paso, el pie, con un simple acto reflejo, lo da.
La primera impresión que me dio fue de alguien que busca, que ha buscado y que sigue buscando en el camino. Luego se le escapó una expresión:
-¡Pura vida!
Más tarde, no pude evitar hacerle una pregunta.
Aún no acepto que cada vez que hacemos una pregunta sabemos la respuesta. Diría más: aún no acepto que las preguntas que hacemos son una invención de nuestra manía de verbalizar para llegar a las conclusiones que anidan en nosotros.
-Quiero hacerte una pregunta, no sé si impertinente, malintencionada o…
-¿Indiscreta? –bromeó ella.
Pero le hice una foto.
-¿Qué haces?
Se rió y cerró los ojos para que la cámara se volviera negra y no la sacase, o, de sacarla, salir en negativo.
-Ja-ja-ja.
Una risa muy diferente a una risa facebook o una risa twenti: clara, abierta, nacida de las entrañas y de la naturaleza.
-¿Por qué “pura vida”?
Y me abrió un poquito el alma.
Todo lo demás lo dibujé yo.
A color.
Laura.
2.- Cho Hyean Me -Roncesvalles
2.- Cho Hyean Me
jueves, 9 de septiembre de 2010
Camino de Santiago, 2.010 - Presentación
Hacer el Camino de Santiago y no aparecer en una foto, de cámara propia o ajena, o no escribir o contar sobre dicha andadura, es prácticamente imposible, increíble e inexplicable.
No importa los motivos que uno haya encontrado para decidirse a hacerlo (primera tautología del camino ): creyente o ateo, de a pie o a caballo, clérigo o laico, aventurero o flemático, necesitado u obligado por las distintas circunstancias de la vida, todos, absolutamente todos, observan, escuchan, perciben, sienten, se cuestionan, transforman algo.
El acerbo popular lo explica con el verbo “engancha”.
Sobre el Camino de Santiago nunca está todo dicho, pues se hace, se renueva cada día del año. Curiosamente, por otra parte, al hablar de él toda explicación resulta tan elemental para el que la escucha –algo así de fácil como dar una patada a un balón- que la ausencia de universos desconocidos, grandes cataclismos, éxitos espectaculares... parece abocarlo a una sencillez inexplicable. Entonces, ¿cómo es posible que los libros sobre el Camino de Santiago sean best-sellers en Corea, que no exista país europeo que no ofrezca sus buenas guías sobre él o que sea uno de los temas recurrentes y estrella para escribir en nuestra lengua y país?
Engancha.
Si uno entra en la red, terminará borracho de guías, ahíto de imágenes, abrumado de textos, análisis, simbología religioso-escatológica, experiencias…
¿Por qué escribir, pues, uno más? –se preguntará el lector.
Y la respuesta es que cuanto más vivimos, más constatamos que la vida de todos los humanos es tanto más parecida –con la pequeña variante del status social- y eso mismo hace que cada vivencia aporte, esclarezca, evidencie distintas y semi escondidas partes de esa igualdad.
Como muchos, fui san saber con exactitud el por qué, por más que diese una respuesta contundente y precisa para las estadísticas al pedir la Credencial del Peregrino. Pero, después de las 13 primeras etapas –de Roncesvalles a Itero de la Vega- estas son algunas de la joyas que me esperaban por descubrir.
Buen camino.
Nota: A partir de esta introducción, semanalmente aparecerán dos artículos sobre la experiencia de dicha andadura.