skip to main |
skip to sidebar
Pachi
Alegre, comunicativo, directo, con don de gentes, Pachi o Patxi –Who knows?- podría ser, por el físico, el auténtico protagonista de Jesuscristo Superstar; por su forma de comportarse, un cura moderno, progre, obrero, de los años 70; por su labia, el mejor político del momento.
En el bar del pueblo, se le ve atento a todos y a cada uno de los concurrentes, desde la oronda camarera de aspecto campestre a quien sobrecoge la clientela después de la misa de una del domingo, hasta el último cliente, creyente o ateo del bar, por no decir más sobre el desparpajo de su fluida conversación con las damas de las mesas de afuera. Más parecía el dueño de un bar con pedigrí que atiende por la satisfacción y placer a una clientela de clase que un mero cliente que bebe un tinto reserva navarro con los amigos.
Grañón. Rioja.
Cuando al día siguiente regresamos para que nos enseñase la iglesia, en visita privada, su cálido recibimiento no desmereció del recibido en las presentaciones el día anterior.
Hijo de Sansol –Navarra- se había encontrado con J. unas semanas antes en una celebración familiar. Ahora era el momento de que ambos cumplieran con su palabra: J., haciéndole la visita prometida para que nos enseñase la iglesia de la parroquia que dirigía; Pachi, recibiendo a aquel cuasi pariente de Torres del Río mostrándole las excelencias de su vocación.
Las excelencias de su vocación.
Para muchos, tales excelencias se reducen al “ora et labora” propios de un cura rural. Para Pachi, su componente eclesiástico se compone de tres ramas fundamentales, a la vez subdivididas en incontables ramas de infinitas posibilidades, en la combinación de número de pueblos a los que asiste, multiplicado por el número de feligreses, practicantes o no practicantes. Estas tres ramas, predeterminadas, como se dice ahora, serían:
a) cuidar su propia persona como creyente y como persona instruida.
b) cuidar de su grey atendiendo en todos los aspectos físico-espirituales que hubiera menester.
c) mejorar física y artísticamente la iglesia que preside.
Su saludo, para quien lo encuentra por primera vez, es una mano grande de hombre honrado de campo; un apretón que transmite respeto, bondad, energía, disponibilidad. Sentir su contacto te hace creer que es un hombre convencido de su persona y de su ministerio.
Su voz, potente y sonora, saliendo de esa boca bien cincelada, en medio de una cara poblada de barba donde ya comienzan a aparecer distintos tonos de bello blanco y gris, se hace escuchar, y obliga a escuchar los silencios.
El cuerpo, alto, fuerte, de hombros recios y pisar decidido, dan esa prestancia y apariencia de hombre de pensamiento creativo y artístico.
Entramos en la iglesia. Durante el recorrido no abusó ni de clericalismo ni de citas evangélicas. Breve y conciso en su exposición; mas, apasionado en las explicaciones del cómo encontró aquel templo y los días y los trabajos que le costaron poder mostrarlo tal como lo encontrábamos ahora. Su rostro se perdía en el recuerdo de tallas ocultas, la sacristía semi abandonada, las casullas bordadas en oro pasto de humedades y del tiempo… Se perdía y se iluminaba. Se apagaba y se encendía su voz. Rostro y manos morían primero, para ganar a continuación en expresividad y viveza.
Pachi, que sabe que el paso por la vida como el paso por aquella parroquia, es cuestión de tiempo –breve-, parece entregar la herencia de su palabra, de su hacer, de su persona, en la mejora de la casa del Señor. Pero también sabe que esa mejora es arte y cultura, y no quiere que una religión tradicional, aburrida y decadente, pierda la enorme riqueza de sus creyentes a través de los siglos.
-¡Si vierais cómo encontré las capas pluviales y casullas, aquellos libros de canto del fondo de la sacristía, en esta especie de alacena tapiada! Más parecían pasto de ratas que vestidos religiosos para los días grandes y solemnes… Escondido, detrás del altar, encontramos a este San Miguel Arcángel venciendo al demonio; pero, fijaos en el detalle de cómo el demonio de una forma erótica pone sus manos sobre la pierna del arcángel. Eso debió de perderlos a los dos pues fueron condenados a vivir por siglos detrás del altar. Al menos no lo destruyeron.
Pachi siente que cada piedra que ha limpiado, cada imagen que ha rescatado, cada vestimenta que ha recuperado es como si hubiera salvado un alma, como si hubiera alcanzado la gracia un nuevo converso.
-¿Y después de ti?
-Después de mi, ¿quién sabe? Quizás alguien continúe con ello o quizás pasen otros dos o tres siglos hasta que alguien vuelva a recuperar estas joyas, o aparezcan otras…
Porque, para Patchi, tan joya es la leve pintura casi invisible que matiza un pliegue del vestido de un bajorrelieve de un santo como aquel ángel defenestrado, como la palabra de cualquiera de sus parroquianos y feligreses.
-¿Y ellos valoran este trabajo?
-Muy pocos; pero, ven. Ven que todo está más limpio, que se han hecho muchas cosas, que para ellos no sirven de nada… Tal vez, con el tiempo, cuando me vaya o me muera. Pero eso no importa. Lo que importa es que alguien lo hizo y yo estoy aquí para rescatarlo, mientras dure, claro.
Puedo imaginar fácilmente a este anónimo cura de pueblo con la pica y la paleta, con la brocha y el pincel, limpiando, examinando, pensando, proyectando. Lo veo en frenesí nocturno hasta altas horas de la noche, apasionado por un detalle o un descubrimiento, por algo que jamás sus feligreses, se enterarán de que existe.
Así, entre ora et labora, sin ser miembro de la orden que hizo famosa tal consigna, Pachi pasa la vida.
Cuando ves cómo le miran, cómo hablan de él en el pueblo, sabes que los héroes y los santos sentían ese fervor del pueblo aunque, a veces, también les mataban.
Pachi, o Patxi, –Who knows?
El cielo no debe de andar muy lejos de él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario