sábado, 30 de octubre de 2010

¿Hay algo mejor que los sueños?

 ¿Hay algo mejor que una ilusión, que un sueño?
Los sueños, las ilusiones -si lo son- nunca se abandonan, aunque a veces haya que dosificarlos para no morir en el camino. Así, en la foto, vemos a G.M. con su primer alumno y amigo, Antonio.


Las ilusiones traen buenos compañeros,

lunes, 25 de octubre de 2010

13.- Todos los caminos llevan a Santiago

Todos los caminos llevan a Santiago


El último día que haces el Camino, de alguna forma, uno siente, y soporta, una suave melancolía, la sensación de que abandonas un primitivo paraíso perdido. Y no me refiero tanto a llegar a Compostela cuanto a hacer el último recorrido que haces del Camino. En mi caso, y sin pretenderlo, ocurrió en el día o etapa número 13. Mi número mágico. Una vez más en mi vida, y sin programarlo, el 13.
Ante la clara dificultad de volver a Hontanas para recuperar el coche, a las seis de la mañana lo llevé a Castrojeriz, supuesta gran ciudad en la provincia de Burgos, al menos cuando tenía diez años  y estudiaba geografía. Aparqué junto a la magnífica y singular colegiata y deshice el camino  a pie en busca de mis compañeros.
En la colegiata, a las 6:45 ya habían hecho su primer alto en el camino unos diez peregrinos, entre ellos las dos chicas alemanas de San Juan de Ortega con quienes si bien no había tenido la oportunidad de hablar con ellas, sí nos llevábamos saludando, tarde o temprano, todos los días desde entonces. Me observaron ir en dirección contraria. Noté su asombro, aunque no dijeron nada.
Alcancé el crucero  de la entrada del pueblo y durante veinte minutos sólo encontré un grupo de otros seis peregrinos, todos desconocidos.
-¿Estás seguro que a Santiago se va en esa dirección? Me preguntaron con guasa.
-¡Seguro! ¡Todos los caminos llevan a… Santiago!
-Pues ánimo y que el mejor llegue el primero.
Amanecía y en aquella increíble llanura de olores a tierra y cereal cortado y recogido, prácticamente por primera vez en todo el Camino me sentí solo, conmigo mismo. Los sentidos comenzaron a abrirse de forma diferente al compás de las distintas tonalidades del sol del amanecer y la mente también comenzó a mostrarse más lúcida.
Todas las preguntas que no me había hecho en el Camino, que no habían tenido oportunidad de salir, surgían ahora a borbotones, como géiseres, haciéndome consciente de las sensaciones de estar bien y de formar parte del universo con el sentido de ser sólo una minúscula parte sin importancia de él. Comenzó a aflorar el pensamiento libre, dirigido por los sentidos, las percepciones, las sensaciones internas. Todo  dentro de mí se revolucionó. Era feliz, sin saberlo, sin pensarlo, sin detenerme.
-¡El camino está en la otra dirección! –intentaba convencerme un hombre con quien sólo gastaba el saludo.
-¿Estás seguro? –intenté poner una migaja de duda a su afirmación.
-¡Ay, ay, ay! –movió la cabeza Alan, el escocés de unos 40 años en señal de preocupación y con su deje anglosajón- ¡Demasiado vino por las mañanas!
Caminé 15-20 minutos más escuchando lo que había leído alguna vez en algún sitio: el sonido de las aves, el fru-frú  casi imperceptible de las hojas, el último grillo de la noche, mi propio andar, los golpes de mi propio corazón bombeando al compás de los pies.
-¡Carlos! –gritó en tono menor Lee, el coreano, sorprendido en extremo- ¡El Camino es por allá!
-¡Cielos! -contesté dándome una palmada en la frente- Es que…he olvidado algo muy importante.
-¿En Hontanas? –y apiadándose de mí- ¿Qué has olvidado?
-¡A mis amigos! –exclamé con los ojos desorbitados por lo increíble de la afirmación.
-¡Tus amigos! –repitió incrédulo, sin saber cómo reaccionar.
Lee caminaba junto a una chica rubia y bajita, de Burgos, y un cuarentón palentino, muy lejos de su soledad por la Rioja.
Cruzar bajo el gigantesco arco gótico del convento de San Antón, arco de tiempo para el peregrino, es un regalo para la vista y arco un triunfo para el corazón. Uno lo personaliza y se siente como los antiguos emperadores romanos cuando lo atravesaban en loor de multitudes, aquí en loor de campos, olores y soledades.
También se cuestionó mi dirección el pequeño coro de ángeles de Tosantos, y los italianos del atardecer de Hontanas, y la sudamericana del supermarket…
De alguna manera, toda una hilera interminable de peregrinos pasaban frente a mí para darme su último saludo, su último adiós.
-Acabo hoy, Buen Camino –era, siempre, la frase elegida de despedida.
Si lo hubiera programado  para despedirme en loor de multitudes no hubiera salido tan perfecto. Mas, en las interminables horas de la jornada volvería a encontrarme con algunos de ellos, en una iglesia, al final de una cuesta, junto a una fuente… Con Lee, en menos de 24 horas llegaríamos a decirnos adiós hasta cinco veces.
¿Tienen, pues, sentido las despedidas?
-Bueno, Lee…
-OK. 27th December. I´ll pray for you.
-OK. 27th. Texas.

Finalmente, ocurrió la historia de Candelas.

Una vez que montamos en el Skoda con la sensación de abandonar algo que, sin saberlo, había sido importante durante esos 13 días en nuestras vidas, como última visión y recuerdo aparecieron las dos chicas alemanas, haciendo dedo. Querían ir a Frómista. Por alguna razón, la más joven, sentada en el bordillo de la acera junto a la carretera, parecía agotada. Al vernos a los cuatro en el coche, no quisieron montar.
-We´re two, thank you.
Me quedé con la extraña sensación de que podíamos haberlas ayudado de alguna forma, a pesar de las leyes de tráfico, por supuesto.
¡Seguro que el universo les estaba preparando algo, o a alguien que les ayudara a vivir intensamente su momento!

 

sábado, 23 de octubre de 2010

12 - Anécdotas

Anécdotas

Todos damos por supuesto que las anécdotas  usan como vehículo la palabra, oral o escrita. Puede que sea cierto, pero también puede que las anécdotas se creen solas a partir de... una imagen, por ejemplo. Cierto también que, sea palabra o sea imagen, el soporte que la sustenta es una circunstancia especial -casualidad, encuentro, improvisación, huida de lo convencional...  Pero no es menos cierto que las anécdotas, surgiendo del imprevisto creador,  pueden ser imaginadas o recontadas a posteriori, y no sólo por el prurito de inventar, crear, imaginar, improvisar a raíz de, sino porque dicha palabra, o dicho personaje, o dicha acción, o dicha imagen es una anécdota en sí misma.
Tomemos, por ejemplo, esta imagen sacada durante el Camino. 
¿Cuál sería tu anécdota respecto de ella? 
Puesto que he tenido el placer de ser leído por tí, quizás también tenga el placer de poder leerte.
Un saludo, mientras tanto.



jueves, 7 de octubre de 2010

11.- Julio (Torres del Río) .


Julio
(Torres del Río)

Siempre resulta difícil escribir sobre la propia sombra o sobre alguien a quien se cree conocer bien por estar demasiado cercano a tu vida. En el caso de Julio-no es por hacerle o no hacerle justicia, por ver más sus virtudes que sus defectos, por analizarle benévolamente omitiendo lo que a él no le gustaría que se supiera públicamente.
-¡Escribe lo que te dé la gana, chorra! ¿Crees que me importa? -todo sin respirar.
Mientras que con el desconocido o desconocida el escritor se fija en un pequeño detalle de su rostro, de su voz, de su andar o en una mínima acción, y partiendo de ese detalle recrea un pequeño relato o cuento, en el caso presente la multiplicidad de detalles hace inviable esa narración lineal tan típica de los relatos breves y de los cuentos.
Ciñámonos al Camino:
-¿Pero qué has metido en la bolsa que pesa tanto? –protesta Julio en alta voz para que le oiga su mujer que anda en el baño, a sus asuntos. La remueve, la deshace, pretende recolocarla como estaba- ¡Me cagüen la burra de Satanás! ¡Pero si llevas todo un establecimiento de cremas como si fueras la chica L’Oreal. –Lee:- Para los pies, otra para los pies, para la hinchazón, riego sanguíneo, hidratante, revitalizadora, protección solar 25, de 40, gel de baño, champú –aquí ya le sobran las piezas del puzzle y le falta espacio para reubicarlas- ¡Deja toda esa porquería en el cesto de la basura y mete una buena botella de vino y un pan que es lo que vamos a necesitar cuando estemos cansados!
Sin embargo, después de montar el número anti-cremas, jocoso, con voz potente, simulando un tono entre desconcertado-irónico-satírico será el primer en pedir:
-Pásame la de la calva, que me unto los pelos, a ver si con el sol me crece un girasol… ¿Dónde tienes el Trombocid, que quiero embadurnarme antes de que me lo acabéis?... Joder, estas tías, cuánto tardan. Voy a darme una hidratante mientras acaban…
Con la cara curtida por el sol y los años –no piensen mal, no es jubileta, aún le faltan unos cuantos años -si es que ZP no se lo retrasa y le amarga el dulce-, con arrugas que hablan de experiencias, de la marca de la vida y sus circunstancias, arrugas de las que él se jacta:
-Como las de los viejos de mi pueblo, de antaño, que eran el mapa de sus vidas; veías a uno y te decían más que mil palabras. Era gente singular…
Habréis observado que Julio es un hombre de pueblo que un día, niño, se trasladó como muchos a la ciudad y se hizo urbano; pero nunca, nunca, renunció ni a su origen ni a la sabiduría de los filósofos del lugar, el Pocha, el Campesino, el Gozoso…
Navarro de ley, y con estas tres palabras ya le hemos hecho media radiografía, se muestra especialmente orgulloso por enseñar su pueblo. Claro que, para él, tan importante es la sociedad de la que forma parte y cuya sede social es un magnífico bar debajo del ayuntamiento, la tiendita que anuncia el “supermercado” como la plaza mayor, las casas con unos tremendos blasones hablando del pasado, el pequeño museo de fotografía recién inaugurado sobre personajes típicos de allí o la mejor calle. Sólo una cosa se salva de tanta igualdad de esta sencilla localidad donde la hospitalidad de sus gentes es un punto luminoso del Camino: La iglesia del Santo Sepulcro.
Para Julio, y por generalización para sus conciudadanos de Torres del Río, el Santo Sepulcro no desmerece de la mejor catedral francesa o española, de la más exuberante iglesia barroca austríaca o incluso del mismo Santo Sepulcro de Jerusalén, apenas iluminado por los cantos milenarios y las velas de los popes rusos, curas armenios y sacerdotes católicos. Para Julio el Santo Sepulcro es la bandera que Scott puso en el Polo Norte, en el mismo centro de la Tierra, la Estrella Polar de las iglesias.
-Buenos, días. ¿Hay buena cosecha este año?
Julio es un hombre de palabra en sus dos acepciones: honrado y conversador. Con él, la vieja frase latina “Nihil humanum alienum est mihi” (“Nada humano me es ajeno”) cobra sentido. Si caminamos por el campo formulará la pregunta en mil tonos distintos según el receptor y nunca, nunca, nadie le negará respuesta ni una breve conversación con el forastero que, extrañamente hoy día, se interesa por lo que pasa en el campo, no sólo por el valor de la cesta de la compra. A menudo le he visto perderse en el Camino por hablar de la vid, del cereal, de las frutas de las huertas, del ganado… Es un experto comunicador en un medio que no le es ni hostil ni desconocido; pero, en la ciudad, le he visto entretenerse en amena conversación con el anciano del parque que, sentado, mira cómo pasa la gente y los años; con el balón que quita al niño, o la muñeca si es niña, para entablar un provocador juego infantil de palabras, o el chupete a un bebé sin importarle si la madre está o deja de estar…, o con el perro de compañía que llama su atención sea caniche, pastor alemán, de caza, chiguagua o bulldog. Le da igual. Su capacidad de asombro y comunicación es imparable. A todos les trata como si fueran de su pueblo, o de su barrio, o de su bloque, o de su familia…
-Me lo imagino hablando con los políticos:
-¡Chorras! ¿Y no sabéis hacer nada mejor? ¡Anda que hay que ser inteligente para hacer lo que estáis haciendo!
O con el obispo Ratzinger:
-¡Me cagüen Satanás! Cambia esa cara triste de amargado y pon un sonrisa, que das pena y parece que no te lo crees.
Julio nunca espera a la muerte para igualarse con los humanos; le basta con la vida. ¿Acaso no aprendemos por contraste? ¡Él es el contraste!
Sin él saberlo, es un magnífico profesor de teatro en el arte de la improvisación. Me divierten esos profesores y alumnos que improvisan sólo de lo que saben tomando por modelos estereotipos urbanos. Julio ve, mira, actúa. Siempre lleva dos o tres cartas escondidas en la manga de la acción. Y siempre consigue un Jockey: un saludo, una sonrisa, un reconocimiento. Todo esto nos lleva a que, sin él saberlo, es un auténtico provocador.
-Bueno, bueno; eso son historias tuyas. A mí no me metas en ellas.
Con ese tono campechano de quien departe verdades como quevedos, o como cartas el cartero, ante cualquier situación de asombro crea la respuesta, o ante cualquier situación anómala crea el asombro.
-¡Pero no le des tanto pan, que nos va a dejar a los de la cola sin nada! –protestaba el otro día en la cola de la panadería al ver salir a un hombre con un saco lleno de barras- ¡Chorra, ponle en la comida un poco más de profundis que no nos dejas para el unto!
El pobre urbano, cogido in fraganti, se escondió en su coche mirando con recelo y sin encontrar repuesta.
-¡Joder! Se lo ha creído. ¡Mira cómo va con el rabo entre las piernas! –ríe, y reímos.
Sin embargo, incluso ante estas provocaciones cotidianas, su tono irónico amistoso provoca la sonrisa de quienes, no conociéndole, le circundan.
Gracias a Julio encontré a Santos en Burgos y a Deep en la India, a Pura Vida en Navarra, a Lee en la Rioja
-Como que necesitases que te los entretenga en el Camino para hablar con ellos. Calla, chorra, no me hagas jurar.
Sabe hablar y sabe callar, a veces; ir a la acción o simplemente estar; darte compañía o hacer mutis en el momento adecuado.
Hace tiempo le denominé mi perfecta pareja inestable.
-Como te oiga alguien, chorra, va a pensar que somos modernos de esos.
-¿Te importa?
-¡A mí qué cojones me va a importar! Maricón el último y a quien le pique que se arrasque.
Pues eso,  Julio.

lunes, 4 de octubre de 2010

10.- Candelas


 Candelas
(Itero de la Vega)
¿Cuántas veces habremos defendido y leído que son los tres-cinco-diez primeros segundos los que más información dan y los que más definen la visión que hemos de conservar de la persona a la que acabamos de conocer?
La susodicha teoría podría ser válida para Myriam, para la hostelera de FuentEstrella, para Laura-Pura Vida, para Isabel, la de Villatuerta, para Ana Rosa o incluso para Alan; pero no para Candelas. Con Candelas, casi todas las teorías se desvanecen por inadecuadas y falaces.
Candelas rompe cualquier concepto de dueña o regente de albergue desde el mismo momento que da, al verte, los buenos días con su voz firme, pero bronca y carrasposa.
-Buenos días –y suenan vidrios rotos en tus oídos.
Rompe, también, esa imagen de señora de pueblo con ese acento que no lo es, de ese hablar que tú crees haber aprendido y acumulado de ocasiones anteriores, prejuicios de lo que no es.
Rompe incluso la altruista o semi altruista idea de que la persona que regenta un albergue, nada más verte, te sonreirá, te dará efusiva conversación y te obsequiará con una mirada gatuna para ganar tu atención y reconfortar psicológicamente al fatigado peregrino.
-¿Queréis cama? Aún tengo una habitación para cuatro; bueno, para cinco, pero os la dejo para los cuatro por el mismo precio.
-No, no, gracias; sólo queríamos comer algo y…
-Tenéis platos combinados y tenéis el plato del día, el menú del peregrino…
Sin respirar te nombra diez o doce platos que tú reconoces con facilidad.
-Podéis coger dos combinándolos como más os gusten, más pan, vino y café.
-Gracias. También tenemos que volver a Castrojeriz.
-En el pueblo no hay taxis –interrumpe como si le sobrara información, o como si cualquier información superflua le molestase-; así que, si queréis, os llamo uno de Frómista, el pueblo siguiente, a unos doce kms. de aquí.
-No, deje; ya buscaremos otra fórmula.
-Podéis hacer dedo en la otra carretera; esta os desviaría mucho. Deberíais volver al puente, en el límite de Palencia con Burgos. Pero, es muy difícil; y según vaya avanzando el mediodía, más. La gente ya está volviendo para comer y por aquella carretera no hay nada que hacer…
-Pero, Castrojeriz es un pueblo importante, ¿no?
Hace el típico silencio elocuente para que quien ha lanzado la pregunta se responda a sí mismo.
-Esto es Itero de la Vega. Tenemos ayuntamiento, varios albergues, primeros auxilios, bancos y un par de tiendas. A Castrojeriz lo hemos visto y lo veremos morir.
Nos trajo cerveza fresca con limón para saciar la sed y quitarla sensación de calor metido en el cuerpo. En menos de siete minutos trajo los cuatro platos combinados, sencillos, sabrosos y naturales. Mientras comíamos y nos refrescábamos a la sombra de aquella casa de piedra discutimos la doble posibilidad de volver a Castrojeriz a buscar el coche.
-A ver –interrumpió nuestros pensamientos y decisiones, ya durante el café-, ya os llevo yo. Un taxi os llevaría unos 30 euros por venir hasta aquí para recogeros , más la tarifa a Castrojeriz.
Y nos dejó con la palabra en la boca.
Aquella mujer de apariencia hosca, que no se andaba con remilgos, de mirada directa y decisiones fulminantes, salió casi sin esperar respuesta y volvió a aparecer con su coche cinco minutos después.
-Perdonad que haya tardado tanto, pero me he encontrado con el loco de mi hermano, que está más pirado que yo. Hoy tenía ganas de hablar y me ha costado desembarazarme de él.
Arrancó casi derrapando, no terminó de frenar en el stop al salir a la carretera general al final del pueblo, se retiró de la línea blanca divisoria de la carretera a tiempo y antes de que le pitara un coche que venía en sentido contrario y se entretuvo en mirar el paisaje, como uno más de los viajeros, mientras nos explicaba la geografía y toponimia del lugar. También conducía sin llegar a invadir la cuneta.
Después de recorrer casi cinco kilómetros asegurándose el primer puesto, y por tanto la pole en la carrera, al llegar al cruce que nos llevaría directos a Castrojeriz, encontramos la carretera totalmente cortada por obras.
-¿Qué no se puede pasar por aquí? –preguntó al ingeniero que sostenía la señal azul con una flecha.
-Yo soy un mandao.
-¿Ni puedo coger la carretera más tarde?
-Hoy no toca.
-¡Esto sólo ocurre en Castilla-León! Arreglan una carretera cada cien años y mientras lo hacen te tienes que quedar en casa sin salir porque no habilitan ningún carril de paso… Bueno, que ya no sé lo que  me ha dicho. Es igual, conozco un atajo.
Y dando media vuelta en plena carretera, con lentitud pero sin pararse y sin dejarse ganar por el coche que, volando, cada vez se nos acercaba con mayor rapidez, allá regresamos, en busca del atajo perdido, otra vez hacia Itero de la Vega, los cuatro-cinco kilómetros avanzados. A 500 metros del pueblo, dando un volantazo a lo fórmula-1 entramos por una carreterucha sin marcar la mediana, con frecuentes subidas ciegas, ella recta y más bien escorada hacia la izquierda del camino, carretera que sin avisar te regalaba baches, socavones, desasfaltados.
Candelas frenaba si le parecía bien, al margen de la magnitud del bache o del golpe para ruedas y ballestas del coche, o si no interrumpía una calada más al cigarrillo, o a lo que fuera que fuese fumando.
-Si que está un poco peor –resonaba su satánica voz entre humos-; pero yo creo que por lo menos ahorramos un kilómetro.
Nosotros contábamos que los 16 kilómetros se habían convertido en más de 30 e intentábamos comprender dónde estaba la alegría, y la ciencia, en el hecho de ahorrar un kilómetro.
-¿Y se puede vivir del albergue?
Alguien de atrás hizo la pregunta, pues cuando contestaba al de atrás sólo miraba volviendo la cabeza; pero si callaba miraba a los cuatro puntos cardinales entre la cortina de humo de dentro del coche, que no era precisamente niebla de la mañana.
-Aquí, en Itero, vivimos sólo seis de esto. Yo partí de aquí a Barcelona y me tocó trabajar como una burra para comer y poder alquilar un piso miserable. Así que después de pasar varios años para no tener nada, como aquello no me iba –y mejor no hablar de política- volví al pueblo. Gano poco y todo lo que gano me sobra. Si no fuera por este jodido tabaco ya sería millonaria. Él es el que me ha dejado esta voz cavernosa que asusta a los niños.
Según hablaba me entretuve en observar sus facciones, normalmente duras pero suavizadas durante la conversación; su mirada, cortante pero relajada al contar…
-Esto no da mucho, ya veis los precios; pero si no te creas necesidades, nada, que se puede vivir. Sí, se puede vivir –repetía recordando sus muy pocas necesidades en su vida de pueblo. Además, como pasa tanta gente y tanto extranjero, siempre hay alguien que te cuenta una buena historia. Siempre hay algo que aprender. Ahora no lo cambiaría por nada del mundo. El albergue es de mi hermano; pero como está loco y es un desastre, lo llevo yo y el se ocupa del campo y los animales. Y la otra mujer que ahora lo  está cuidando por si viene alguien –y recordamos a su doble, sentada en recepción, entre un vaho de humos tóxicos…- No se puede dejar esto sólo al mediodía, cuando llega la gente.
Atravesamos el pueblo entero para dejarnos a un metro del objetivo: el coche escoba. Metí la mano en el bolso para sacar la cartera y pagar, al menos, lo pertinente por ese doble e imprevisto trayecto, tanto en kilómetros como en tiempo. Con el rabillo del ojo adivinó mi movimiento y con más fiereza que firmeza me agarró de la muñeca y mirándome a los ojos me dio una orden carrasposa:
-¡Ni se te ocurra!
Una vez más resonó la voz profunda de Dios después de una noche de fiesta, desde su nube, con amplificadores de concierto de rock.
-¡Uy, perdona! –se excusó, y sonó más a placer que a excusa- ¡Si te estoy metiendo mano en vez de meterte la cartera en el bolsillo! ¡Casi te agarro los…!
Su pretendida voz dulce y femenina nos obligó a reír.
-No importa –correspondí, como todo un príncipe-. Todos los días no me devuelven así la cartera así. Por cierto, ¿cómo te llamas?
-Candelas.
Y al pronunciarlo imaginé una vela que se atragantaba vertiginosamente al pronunciar ella misma su propio nombre.
Se fue como cuando nos cogió en el coche, rascando las marchas, girando en la ancha calle en tan sólo cuatro-cinco movimientos, tocando la bocina como una bruja de película y sin que se notase cambio alguno en su rostro o en su gesto, segura de haber cumplido su misión.
-Son buena gente –había comentado la chica del puesto de información y turismo a la entrada del pueblo-, aunque un poco especiales…
Candelas.
Albergue.
Itero de la Vega.

viernes, 1 de octubre de 2010

9.- Manuel (Castrojeriz)


MANUEL

Manuel  es un chaval de 74 años que se empeña en no abandonar sus 23, ó sus 27.    En la época veraniega, ya sean las siete, las ocho o las nueve de la mañana, el peregrino que por accidente pase junto a su corral, o junto a la puerta de su casa, lo verá salir como por motivos de trabajo con una azada al hombro, una vara o cualquier útil para un amanuense del campo, coronado por su vieja boina, polvorienta y negra, revestido de un mono azul abierto desde la cintura y enseñando su camisa interior de punto blanco que recuerda épocas, si no siglos  pasados. Saluda como quien no quiere la cosa, escruta miradas con una paja en la boca y se ofrece:
-¿Buscan ustedes algo?
Aquí, el forastero, normalmente el peregrino y dado el punto de encuentro, optará por una respuesta  oral “No, gracias”, o mental “¿Qué me puedes enseñar que no tenga en mis supermapas o en las marcas del camino?”; o por un “Sí, gracias” preguntando por la clave para reencontrar la perdida flecha amarilla del camino; o si no existiera ninguna de estas razones:
-¿Hay por aquí cerca un bar abierto?
Quien formula la más mínima pregunta o curiosidad, cae en la trampa. Manuel es un experto trampero de urbanitas, jacobeos y otras aves menores.
-Si ustedes buscan un bar que les guste, agradable, típico de aquí, yo iría a El lagar, justo después de la iglesia, a 50 metros, de frente. La dueña les puede preparar un buen almuerzo o lo que quieran. Es de confianza. Veinte metros adelante, a derecha e izquierda, tienen otros dos que tampoco desmerecen…
Así, puede estar informándote hasta que a alguien se le ocurra que con un bar es suficiente para tomar un sencillo café con leche y  decir “¡Basta!”.
Quien no conoce Castrojeriz y desconoce que los bares están diseminados en cuatro o cinco hileras de calles de dos kilómetros de longitud, bordeando la falda del otero donde se asienta bajo la protección amenazante de su muy ruinoso castillo, conseguir una información tan detallada que ni siquiera aparece en la guía Repsol sólo puede conseguirse si te descubre este personaje, Manuel.
-Allí pueden pedir ustedes…
Y comienza a enumerar no sólo las bebidas más mediocres del país sino combinados extranjeros, platos jamás oído de campo y platos sabrosos del lugar, que si perdices o codornices según temporada, que si chuletillas, que si tocino con…
El anonadado caminante se queda a dos velas como cuando un camarero estresado te repite de memoria el menú del día frente a un edificio desbordado de funcionarios hambrientos los cinco entrantes, los cinco primeros, los cinco segundos con sus cinco postres, más pan, agua o vino y café o helado, con sus cinco variedades de la marca, en menos de 30 segundos y sólo te quedas con la primera propuesta de algunos de los casi cinco distintos apartados.
-Gracias. Para tomar un café, el primero que ha dicho, ¿El lagar, verdad?, nos vendrá bien.
-Les gustará –y al volver a tomar el turno se enganchará al que él considere el más débil del grupo, o al más charlatán, o al que sospeche que podría gustarle la chufla, o al más borracho, o a la mejor hembra según vayan las cosas, y le hará tan minuciosa descripción del lugar que cuando uno entra y ve la enorme piedra semi conoidal que debiera ser levantada por un hercúleo brazo de madera para aplastar las uvas arrojadas a aquel pozo de piedra, el lagar, para que la uva sangre su fruto, cuando descubre aquel viejo laga,r respetado en su esencia pero aprovechado incluso para mesa y asientos de moderna taberna, cuando el accidental cliente ve por sí mismo que las supuestas y gigantescas fotos con motivos castrojerizanos –pastores de blancos corderos y ovejas bajo algodonosas nubes blancas en el infinito cielo de Castilla…- no son tales sino auténticos cuadros de un conocido pintor local amigo de la dueña del bar, cuando pormenoriza los detalles –las dos marionetas indias sobre la viga vertical, las fotos de unas niñas, la cruz de Santiago, etc. etc., se da cuenta de que se siente como si en una vida anterior ya hubiera pasado por aquel lugar, y le viene la duda de si será realmente católico o un animista que abandonó lejanas tierras de reencarnación. Plantado en medio del bar mirándolo todo, se siente cómodo adivinando tiempos y objetos.
Afortunadamente, Manuel no ha hablado mucho de la dueña del bar -¿será que son de naturaleza opuesta o que el deseo se instaló en su cerebro y por eso no quiere entretenerse públicamente en ella?-, que también será una pequeña fuente de sorpresas si el viajero, o peregrino, no se conforma con lo visto y oído sino que pregunta como si nunca hubiera estado en aquel lugar, como si aquel lugar fuera un oasis totalmente desconocido y ella tuviera una historia que contar.
Si el viajero, o peregrino regresa por la misma calle, con la necesidad de comer o beber Ya satisfecha, no por casualidad volverá a toparse con él, quien les indicará dónde y cómo retomar el camino; pero, atento a la conversación inacabada de alguno de los presentes, se las ingeniará para dividir al grupo y quedarse con el elegido. Primero le hará las típicas preguntas de información personal que uno podría encontrar en cualquier manual de idiomas y tras los preámbulos que él acelerará según el nerviosismo del que se queda rezagado, irá a la yugular.
-Me gusta el pueblo y soy casi feliz en él. Sólo me falta una hembra; por eso que hay que dar una alegría a la vista cuando pasan las forasteras.
-¿Y qué tal? –pregunto.
-¡Hay cada niña y cada extranjera!
Bajo la boina negra y enharinada aparecen unos ojillos golosos. Luego, mueve la cabeza, ensancha la boca y aparece una enorme cueva más negra que la boina sin dientes.
-Yo, a mi edad, ya no pido mucho. He vivido con mi hermana toda la vida, pero hace cuatro años que murió. ¿Qué quiere que le diga? A mí me gusta la gente, la chufla y lo que venga. Mire, en mitad de la cuesta Matamoros hay un banco de una caja de ahorros que subí yo mismo, bajo un árbol, junto a mi huerto. Si se quedan esta tarde montamos una…
-No podemos –me disculpo-. Tenemos que seguir. Fíjate: nos hemos entretenido en el café más de lo deseado.
-Yo pongo el vino y las chuletillas, y luego cantamos y charlamos… sigue hablando como que no hubiera oído nada.
Como no logra detener al caminante, seguirá contando su vida, sin respirar, sin haber dado un resquicio mínimo de tiempo para que el otro pueda decir un monosílabo tal como gracias o adiós. Pero no, no;  aunque pudiera parecerlo, no resulta pesado. Su tono, su voz, sus vivaces ojos negros rodeados de canoso cabello y la negra boina dan una viveza al lenguaje que apena tener que cortarlo.
-Desde que murió me falta compañía, qué quiere que le diga. Claro que otra hermana no tengo.
-¿Y no hay alguna moza del lugar…?
-¡Quiá! Estas, o están viejas y pal arrastre o ya no quieren limpiar más calzones de viejo. Hay una que me tira mucho. No hace mucho que le dije que podíamos llegar a algo juntos.
-“A mis años prefiero mi libertad. Salir y entrar a casa sin que nadie me diga de dónde vengo, con quién he estado o no has preparado la cena”
-¡Esa sí que me gusta! – se sonríe.
Aprovecho ese momento en el que Manuel se queda prendado de la imagen de su Dulcinea para acelerar mi partida.
-Bueno, Manuel, me voy, que mis compañeros se me han adelantado y tengo que alcanzarles.
-¡No tengas prisa, chaval! Que todo el que camina, alguna vez se tiene que parar.
-A ver si nos vemos el próximo año, cuando vuelva a pasar por aquí insisto en mi despedida.
-¡Piénsatelo –me repite, y me tutea ahora,  gritando mientras me alejo- y esta tarde merendamos juntos!
Y allí le dejo, esperando a Godot, en ese gran pueblo, antes hermoso, rico, magnífico; ahora, venido a menos, con todas las lacras del abandono progresivo, con la paja en la mano limpiándose los dientes como aquellos coetáneos del Lazarillo, también castellanos.
Apenas llegué al cruce que abandona la carretera local de circunvalación para tomar el sendero que lleva a Itero del Castillo, cuando una mujer con deportivas y vestimenta de andar se cruzó en mi camino.