jueves, 7 de octubre de 2010

11.- Julio (Torres del Río) .


Julio
(Torres del Río)

Siempre resulta difícil escribir sobre la propia sombra o sobre alguien a quien se cree conocer bien por estar demasiado cercano a tu vida. En el caso de Julio-no es por hacerle o no hacerle justicia, por ver más sus virtudes que sus defectos, por analizarle benévolamente omitiendo lo que a él no le gustaría que se supiera públicamente.
-¡Escribe lo que te dé la gana, chorra! ¿Crees que me importa? -todo sin respirar.
Mientras que con el desconocido o desconocida el escritor se fija en un pequeño detalle de su rostro, de su voz, de su andar o en una mínima acción, y partiendo de ese detalle recrea un pequeño relato o cuento, en el caso presente la multiplicidad de detalles hace inviable esa narración lineal tan típica de los relatos breves y de los cuentos.
Ciñámonos al Camino:
-¿Pero qué has metido en la bolsa que pesa tanto? –protesta Julio en alta voz para que le oiga su mujer que anda en el baño, a sus asuntos. La remueve, la deshace, pretende recolocarla como estaba- ¡Me cagüen la burra de Satanás! ¡Pero si llevas todo un establecimiento de cremas como si fueras la chica L’Oreal. –Lee:- Para los pies, otra para los pies, para la hinchazón, riego sanguíneo, hidratante, revitalizadora, protección solar 25, de 40, gel de baño, champú –aquí ya le sobran las piezas del puzzle y le falta espacio para reubicarlas- ¡Deja toda esa porquería en el cesto de la basura y mete una buena botella de vino y un pan que es lo que vamos a necesitar cuando estemos cansados!
Sin embargo, después de montar el número anti-cremas, jocoso, con voz potente, simulando un tono entre desconcertado-irónico-satírico será el primer en pedir:
-Pásame la de la calva, que me unto los pelos, a ver si con el sol me crece un girasol… ¿Dónde tienes el Trombocid, que quiero embadurnarme antes de que me lo acabéis?... Joder, estas tías, cuánto tardan. Voy a darme una hidratante mientras acaban…
Con la cara curtida por el sol y los años –no piensen mal, no es jubileta, aún le faltan unos cuantos años -si es que ZP no se lo retrasa y le amarga el dulce-, con arrugas que hablan de experiencias, de la marca de la vida y sus circunstancias, arrugas de las que él se jacta:
-Como las de los viejos de mi pueblo, de antaño, que eran el mapa de sus vidas; veías a uno y te decían más que mil palabras. Era gente singular…
Habréis observado que Julio es un hombre de pueblo que un día, niño, se trasladó como muchos a la ciudad y se hizo urbano; pero nunca, nunca, renunció ni a su origen ni a la sabiduría de los filósofos del lugar, el Pocha, el Campesino, el Gozoso…
Navarro de ley, y con estas tres palabras ya le hemos hecho media radiografía, se muestra especialmente orgulloso por enseñar su pueblo. Claro que, para él, tan importante es la sociedad de la que forma parte y cuya sede social es un magnífico bar debajo del ayuntamiento, la tiendita que anuncia el “supermercado” como la plaza mayor, las casas con unos tremendos blasones hablando del pasado, el pequeño museo de fotografía recién inaugurado sobre personajes típicos de allí o la mejor calle. Sólo una cosa se salva de tanta igualdad de esta sencilla localidad donde la hospitalidad de sus gentes es un punto luminoso del Camino: La iglesia del Santo Sepulcro.
Para Julio, y por generalización para sus conciudadanos de Torres del Río, el Santo Sepulcro no desmerece de la mejor catedral francesa o española, de la más exuberante iglesia barroca austríaca o incluso del mismo Santo Sepulcro de Jerusalén, apenas iluminado por los cantos milenarios y las velas de los popes rusos, curas armenios y sacerdotes católicos. Para Julio el Santo Sepulcro es la bandera que Scott puso en el Polo Norte, en el mismo centro de la Tierra, la Estrella Polar de las iglesias.
-Buenos, días. ¿Hay buena cosecha este año?
Julio es un hombre de palabra en sus dos acepciones: honrado y conversador. Con él, la vieja frase latina “Nihil humanum alienum est mihi” (“Nada humano me es ajeno”) cobra sentido. Si caminamos por el campo formulará la pregunta en mil tonos distintos según el receptor y nunca, nunca, nadie le negará respuesta ni una breve conversación con el forastero que, extrañamente hoy día, se interesa por lo que pasa en el campo, no sólo por el valor de la cesta de la compra. A menudo le he visto perderse en el Camino por hablar de la vid, del cereal, de las frutas de las huertas, del ganado… Es un experto comunicador en un medio que no le es ni hostil ni desconocido; pero, en la ciudad, le he visto entretenerse en amena conversación con el anciano del parque que, sentado, mira cómo pasa la gente y los años; con el balón que quita al niño, o la muñeca si es niña, para entablar un provocador juego infantil de palabras, o el chupete a un bebé sin importarle si la madre está o deja de estar…, o con el perro de compañía que llama su atención sea caniche, pastor alemán, de caza, chiguagua o bulldog. Le da igual. Su capacidad de asombro y comunicación es imparable. A todos les trata como si fueran de su pueblo, o de su barrio, o de su bloque, o de su familia…
-Me lo imagino hablando con los políticos:
-¡Chorras! ¿Y no sabéis hacer nada mejor? ¡Anda que hay que ser inteligente para hacer lo que estáis haciendo!
O con el obispo Ratzinger:
-¡Me cagüen Satanás! Cambia esa cara triste de amargado y pon un sonrisa, que das pena y parece que no te lo crees.
Julio nunca espera a la muerte para igualarse con los humanos; le basta con la vida. ¿Acaso no aprendemos por contraste? ¡Él es el contraste!
Sin él saberlo, es un magnífico profesor de teatro en el arte de la improvisación. Me divierten esos profesores y alumnos que improvisan sólo de lo que saben tomando por modelos estereotipos urbanos. Julio ve, mira, actúa. Siempre lleva dos o tres cartas escondidas en la manga de la acción. Y siempre consigue un Jockey: un saludo, una sonrisa, un reconocimiento. Todo esto nos lleva a que, sin él saberlo, es un auténtico provocador.
-Bueno, bueno; eso son historias tuyas. A mí no me metas en ellas.
Con ese tono campechano de quien departe verdades como quevedos, o como cartas el cartero, ante cualquier situación de asombro crea la respuesta, o ante cualquier situación anómala crea el asombro.
-¡Pero no le des tanto pan, que nos va a dejar a los de la cola sin nada! –protestaba el otro día en la cola de la panadería al ver salir a un hombre con un saco lleno de barras- ¡Chorra, ponle en la comida un poco más de profundis que no nos dejas para el unto!
El pobre urbano, cogido in fraganti, se escondió en su coche mirando con recelo y sin encontrar repuesta.
-¡Joder! Se lo ha creído. ¡Mira cómo va con el rabo entre las piernas! –ríe, y reímos.
Sin embargo, incluso ante estas provocaciones cotidianas, su tono irónico amistoso provoca la sonrisa de quienes, no conociéndole, le circundan.
Gracias a Julio encontré a Santos en Burgos y a Deep en la India, a Pura Vida en Navarra, a Lee en la Rioja
-Como que necesitases que te los entretenga en el Camino para hablar con ellos. Calla, chorra, no me hagas jurar.
Sabe hablar y sabe callar, a veces; ir a la acción o simplemente estar; darte compañía o hacer mutis en el momento adecuado.
Hace tiempo le denominé mi perfecta pareja inestable.
-Como te oiga alguien, chorra, va a pensar que somos modernos de esos.
-¿Te importa?
-¡A mí qué cojones me va a importar! Maricón el último y a quien le pique que se arrasque.
Pues eso,  Julio.

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