Todos los caminos llevan a Santiago
El último día que haces el Camino, de alguna forma, uno siente, y soporta, una suave melancolía, la sensación de que abandonas un primitivo paraíso perdido. Y no me refiero tanto a llegar a Compostela cuanto a hacer el último recorrido que haces del Camino. En mi caso, y sin pretenderlo, ocurrió en el día o etapa número 13. Mi número mágico. Una vez más en mi vida, y sin programarlo, el 13.
Ante la clara dificultad de volver a Hontanas para recuperar el coche, a las seis de la mañana lo llevé a Castrojeriz, supuesta gran ciudad en la provincia de Burgos, al menos cuando tenía diez años y estudiaba geografía. Aparqué junto a la magnífica y singular colegiata y deshice el camino a pie en busca de mis compañeros.
En la colegiata, a las 6:45 ya habían hecho su primer alto en el camino unos diez peregrinos, entre ellos las dos chicas alemanas de San Juan de Ortega con quienes si bien no había tenido la oportunidad de hablar con ellas, sí nos llevábamos saludando, tarde o temprano, todos los días desde entonces. Me observaron ir en dirección contraria. Noté su asombro, aunque no dijeron nada.
Alcancé el crucero de la entrada del pueblo y durante veinte minutos sólo encontré un grupo de otros seis peregrinos, todos desconocidos.
-¿Estás seguro que a Santiago se va en esa dirección? Me preguntaron con guasa.
-¡Seguro! ¡Todos los caminos llevan a… Santiago!
-Pues ánimo y que el mejor llegue el primero.
Amanecía y en aquella increíble llanura de olores a tierra y cereal cortado y recogido, prácticamente por primera vez en todo el Camino me sentí solo, conmigo mismo. Los sentidos comenzaron a abrirse de forma diferente al compás de las distintas tonalidades del sol del amanecer y la mente también comenzó a mostrarse más lúcida.
Todas las preguntas que no me había hecho en el Camino, que no habían tenido oportunidad de salir, surgían ahora a borbotones, como géiseres, haciéndome consciente de las sensaciones de estar bien y de formar parte del universo con el sentido de ser sólo una minúscula parte sin importancia de él. Comenzó a aflorar el pensamiento libre, dirigido por los sentidos, las percepciones, las sensaciones internas. Todo dentro de mí se revolucionó. Era feliz, sin saberlo, sin pensarlo, sin detenerme.
-¡El camino está en la otra dirección! –intentaba convencerme un hombre con quien sólo gastaba el saludo.
-¿Estás seguro? –intenté poner una migaja de duda a su afirmación.
-¡Ay, ay, ay! –movió la cabeza Alan, el escocés de unos 40 años en señal de preocupación y con su deje anglosajón- ¡Demasiado vino por las mañanas!
Caminé 15-20 minutos más escuchando lo que había leído alguna vez en algún sitio: el sonido de las aves, el fru-frú casi imperceptible de las hojas, el último grillo de la noche, mi propio andar, los golpes de mi propio corazón bombeando al compás de los pies.
-¡Carlos! –gritó en tono menor Lee, el coreano, sorprendido en extremo- ¡El Camino es por allá!
-¡Cielos! -contesté dándome una palmada en la frente- Es que…he olvidado algo muy importante.
-¿En Hontanas? –y apiadándose de mí- ¿Qué has olvidado?
-¡A mis amigos! –exclamé con los ojos desorbitados por lo increíble de la afirmación.
-¡Tus amigos! –repitió incrédulo, sin saber cómo reaccionar.
Lee caminaba junto a una chica rubia y bajita, de Burgos, y un cuarentón palentino, muy lejos de su soledad por la Rioja.
Cruzar bajo el gigantesco arco gótico del convento de San Antón, arco de tiempo para el peregrino, es un regalo para la vista y arco un triunfo para el corazón. Uno lo personaliza y se siente como los antiguos emperadores romanos cuando lo atravesaban en loor de multitudes, aquí en loor de campos, olores y soledades.
También se cuestionó mi dirección el pequeño coro de ángeles de Tosantos, y los italianos del atardecer de Hontanas, y la sudamericana del supermarket…
De alguna manera, toda una hilera interminable de peregrinos pasaban frente a mí para darme su último saludo, su último adiós.
-Acabo hoy, Buen Camino –era, siempre, la frase elegida de despedida.
Si lo hubiera programado para despedirme en loor de multitudes no hubiera salido tan perfecto. Mas, en las interminables horas de la jornada volvería a encontrarme con algunos de ellos, en una iglesia, al final de una cuesta, junto a una fuente… Con Lee, en menos de 24 horas llegaríamos a decirnos adiós hasta cinco veces.
¿Tienen, pues, sentido las despedidas?
-Bueno, Lee…
-OK. 27th December. I´ll pray for you.
-OK. 27th. Texas.
Finalmente, ocurrió la historia de Candelas.
Una vez que montamos en el Skoda con la sensación de abandonar algo que, sin saberlo, había sido importante durante esos 13 días en nuestras vidas, como última visión y recuerdo aparecieron las dos chicas alemanas, haciendo dedo. Querían ir a Frómista. Por alguna razón, la más joven, sentada en el bordillo de la acera junto a la carretera, parecía agotada. Al vernos a los cuatro en el coche, no quisieron montar.
-We´re two, thank you.
Me quedé con la extraña sensación de que podíamos haberlas ayudado de alguna forma, a pesar de las leyes de tráfico, por supuesto.
¡Seguro que el universo les estaba preparando algo, o a alguien que les ayudara a vivir intensamente su momento!
Me quedé con la extraña sensación de que podíamos haberlas ayudado de alguna forma, a pesar de las leyes de tráfico, por supuesto.
¡Seguro que el universo les estaba preparando algo, o a alguien que les ayudara a vivir intensamente su momento!
2 comentarios:
Yo me sigo preguntado:
Cuando apuntas a tu soledad con ese "prácticamente por primera vez en todo el Camino me sentí solo, conmigo mismo."...
¿Te refieres a ese concepto de aislamiento donde no tiene cabida nadie, incluyendo la gente que circula en sentido contrario?
Vale, de tu anecdotario se recoge una moraleja final:
La magia puede aparecer en cualquier esquina, por insignificante que parezca, del camino - pero la soledad, no (por mucho que insista Juan Carlos)-
Felicidades por estas entretenidas y enriquecedoras experiencias. Gracias por compartilas con nosotros (y no cobrarnos nada).
Un abrazo,
JJ
Hi JJ,
¿Es que acaso no me crees que soy "el rey de la soledad"? Pues bien que he visitado extensos dominios para encontrarla, aunque al final he de aceptar, como en el cuento, que la llevaba detrás de mí.
Lo de la magia, bueno, con llevar la varita es fácil.
Gracias por tus visitas e irónicos -perdón, inocentes- comentarios.
Un saludo
JC
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