lunes, 27 de septiembre de 2010

8.- Papá, ¿qué es el tiempo?



 Papá, ¿qué es el tiempo?
(Tardajos)
Que el tiempo es una invención del hombre, que es flexible, que le hemos añadido adjetivos tales como real o psicológico, y que juega con nosotros, a favor o en contra, siendo una perogrullada tiene sus momentos curiosos de a-manifestación, o de no-manifestación.
Entre amigos y conocidos, hay quienes recuerdan haber recuperado viejas amistades, diez, veinte o incluso veinticinco y treinta años después de perder su pista. Mi propuesta para hoy es que cuarenta y cinco años…  es nada. Ayer mismo.
Mi mejor amigo. Era mi mejor amigo entre los diez y los trece años, edad en la que apareció y desapareció de mi universo. Dormíamos en camas contiguas, estudiábamos codo con codo en las aulas comunitarias y, sobre todo, éramos inseparables, imparables e indisolubles en el deporte. Nuestra compenetración y unión en el deporte era tanto física como mental. Juntos formábamos el centauro. No necesitábamos hablar, gritar, indicar, ordenar para saber qué jugada, qué movimiento había que hacer o detener, por dónde íbamos a lanzar la pelota o por dónde nos iba a llegar, o cuál era el punto por el que el contrario nunca adivinaría nuestras intenciones.
Jugar, bromear, pegarnos física y amistosamente por amor a la lucha sana entre contrarios y entre adolescentes, el buscado cuerpo a cuerpo en la edad núbil, fue nuestra última y más reconocida seña de identidad.
Formábamos la amistad perfecta en el internado, sólo para hombres,  y sin el miedo de ser erróneamente clasificados por envidias, bulos o mitos. Algo absolutamente normal.
Sin duda alguna, aquella época fue –tal como solemos mentir interesadamente- la más feliz de mi vida; es decir: fue la época donde uno no piensa si es feliz o infeliz pues la vida te da todo lo que esperas de ella.
Corrían los años 60.
Como todos sabemos, para que se dé la casualidad de un encuentro inesperado han de darse las circunstancias caóticas adecuadas (ninguna tiene nada que ver con la otra) en un lugar determinado del espacio y en un punto exacto en el tiempo.
Es cierto que todo está presente en el espacio –como una página web- y ha de ocurrir cuando tenga que ocurrir, según la teoría del universo relacionado; es decir, que aparece sólo cuando alguien hace un click o doble-click.
En la presente ocasión, habíamos quedado en que mi cuñado  vendría desde Burgos a hacer de coche escoba y recogerrnos ya que autocar pasaba tarde por la localidad: Tardajos. Habíamos quedado que le telefonearíamos para indicarle la hora exacta de recogida y así no obligarle a esperarnos.
Al final del camino de ese día, las chicas habían cruzado la carretera con la sana intención de hacer la espera más agradable buscando una sombra y una bebida fresca en el bar junto a la carretera. J., mi perfecta pareja inestable y compañero de viajes, sólo de interés, como de costumbre descubrió a un lugareño, ya de cierta edad, con quien conversar.
-¿Qué tal ha venido la cosecha este año? –quiso anotarse un punto, con el tono urbano de aquel que le interesa el campo.
-Lo único que no tiene crisis este año –respondió gozoso el hombre de unos 80 años, sentado en un banco a la sombra de un árbol.
-Este –continuó J. señalándome- estudió en el internado de este pueblo hace cuarenta y cinco años. Su mejor amigo era de aquí, de Tardajos.
-Allí estoy yo ahora, aunque no como estudiante, claro-rió-. Ahora es una residencia.
El buen hombre comenzó a recordar nombres del pasado, de los años 60 y 70, muchos de ellos reconocibles para mí.
-¿Y cómo dices  que se llama tu amigo?- preguntó por segunda vez.
-Santos Varona.
-Santos Varona Ordóñez -corrigió-. Ahí enfrente, en esa casa de ladrillo rojo vive aún su madre, allí sus tíos y él en ese bloque de pisos. Vamos a tomar una cerveza; pero allí –señaló lo que creíamos que era una frutería- que vale 40 céntimos menos y además leo la prensa gratis –dijo imponiendo como buen jubilado su criterio más lógico.
La mujer del bar nos precisó el piso. Sonó el telefonillo. Subí.
-Hola-saludé-. Tú debes de ser la mujer de Santos Varona. Encantado. Yo soy Carlos Martínez y hace cuarenta y cinco años era el mejor amigo de tu marido. Desde entonces no hemos vuelto a vernos.
La mujer, más baja que alta, con los ojos iluminados por la sorpresa y sonriente, respirando amabilidad, llamó:
-Nuria, Miryam, salid, que ha venido un amigo de vuestro padre.
Repetí la presentación, me repitieron que Santos llegaría en media hora y por mantener la conversación pregunté por algunos inocentes datos familiares.
-Nuria tiene 18 años y está en la universidad –hubo una mirada cómplice para no continuar con el tema-; Miryam 17.
-Casi como los míos –y me agarré a la parte más cómoda de la conversación-, El mayor, tiene 18 y Leyre 17. Al chico lo hemos dejado en casa; a la chica… bueno, mejor no os cuento porque es una parrandera y hay que llevar el GPS para localizarla. En Julio estuvo en Inglaterra y ahora anda por Tarragona.
-Miryam también ha ido a Inglaterra –aprovechó la madre buscando puntos de la conversación en común.
-Aunque vivimos en Bilbao-continué- fue con una academia de aquí, de Burgos, Academia Robinson.
-¡Qué casualidad! –exclamó Belén, la madre- Miryam también fue con la Academia Robinson el año pasado.
-Entonces –proseguí deshaciendo la magia de las casualidades- no han podido encontrarse porque Leyre fue  hace dos años.
Desde la habitación de al lado, alguien interfiere en la conversación de adultos mientras vuelve a la cocina.
-¡Que no, mamá! ¡Qué fui hace dos años!
-La mía fue a Norwich. ¿Tú, dónde estuviste?
-¡En Norwich también!
Según salían las respuestas la excitación de Miryam y las expectaciones de mi cerebro se aceleraban y se podía ver en las manos, ojos, movimiento de los cuerpos.
- ¿Cómo dijiste que se llama tu hija?
-Leyre.
-¡Leyre Martínez! –proclama sorprendida, sin preguntar.
-Sí, ¿os conocéis?
-¡Leyre Martínez! ¡Qué fuerte, qué fuerte! –no cesa de repetir en su argot juvenil- ¡Pero si fue una de mis mejores amigas en aquel viaje! ¡Pero si hace un mes, el 24 de Junio de este año, fui a Bilbao con más gente de Burgos a la sanjuanada en la playa. Claro, yo te vi en algún momento aquel día. Además, yo era una de las que tenía que ir a dormir a casa de Leyre, que al final no fui.
-¡Ah! –protesté- Entonces, ¿tú fuiste la que me hiciste bajar el colchón del desván y que luego no usaste?
-O sea –exaltada, con los ojos a cuadros, revisaba-, resulta que, por una parte, tú fuiste el mejor amigo de mi padre hace cuarenta y tantos años y por otra las hijas nos encontramos sin saberlo en Norwich  y nos hacemos amigas… ¡Qué fuerte!
Las voces habían subido de volumen. La excitación y emoción de todos era indescriptible porque ninguno era capaz de ser un mero observador. Todos, todos, de alguna forma, resultaban ser protagonistas de lo inefable.
Por salir de aquel círculo cerrado añadí:
-Pero Leyre se escribe con “y”, como en Navarra.
-Pues Miryam –tomó de nuevo la palabra la madre, que había enmudecido totalmente- lleva “y” pero en la segunda, no en la primera como generalmente se pone.
Se hizo un breve silencio, el suficiente para aclarar las próximas preguntas y respuestas.
-¿Y dónde has dicho que está ahora? –curioseó Miryam.
-En Tarragona.
-¡Con María!
-Sí –añadí en un tono escéptico y no dispuesto a que aquello fuese a más-; pero hay muchas Marías en la vida.
-¡María Molinos! –exclamó con las manos en la cabeza, los ojos desorbitados de alegría, medio gritando como una adolescente.
-¡Cielos! ¿Pero es que acaso eres mi tercera hija perdida y anunciada por la gitana que me leyó la mano hace ahora casi veinte años?
¿Qué más se podía decir después de estos sucesos?
Nuria apostaba por la casualidad y por la suerte –el caos reinventado cada día-, yo por el poder psicotrónico –la penúltima teoría yanki plagiada de oriente-, por el círculo de fuego –aquí no había lugar para meter el masaje metamórfico- y por el todo relacionado.
Ese día no vi a Santos Varona; pero nadie a nuestro alrededor dejó de conocer esta pequeña y singular historia del tiempo simultáneo.

jueves, 23 de septiembre de 2010

7.- Lee




LEE

No me cabe la menor duda de que existen manuales con todo tipo de respuestas a la pregunta “¿Y usted, por qué hace el Camino?” y que enumerarlas aquí sería vano y superfluo, así como buscar una nueva aguja en el pajar de lo raro o de lo extravagante. Sin embargo, al establecerse una nueva relación, es la primera pregunta que surge en la mente.

Eso no quiere decir que todos los que se encuentran y deciden entablar una relación, por mínima que sea, hayan de hacerse tal pregunta. Todo lo contrario. En la mayor parte de los casos esa pregunta se omite. Más tarde, según las respuestas, aclaradas por los gestos, tono de voz, empatía, atracción o interés, el receptor –los receptores- va abriendo ese abanico de respuestas no verbalizadas.

Tres kilómetros desde el centro de Logroño, tal vez cuatro. En un banco, sobre las siete y media de la mañana, dos sombreros delatan la procedencia asiática de sus dueños.

-Pronto han pinchado –alguien comenta sin buscar profundas razones.

Eran mis primeros coreanos de aquel día. Saludamos con la mano. Creí distinguir una leve sonrisa en uno de ellos y ojos de pájaro que no se fía en el otro.

-Padre e hijo -sugirió mi compañero-. No está mal.

No los volvimos a ver.

Al día siguiente, la salida desde Nájera resultó complicada. ¿Por ser de noche, porque ya falla la vista, por la mala ubicación de conchas y flechas amarillas en el centro del lugar? Como siempre, una vez descubierta la lógica del pintor, todo resultó evidente.

Comenzamos con la subida y la bajada de la rojiza montaña que protege la ciudad calentando motores con los diez grados de temperatura ambiente de aquella mañana. Caminamos entre viñedos atravesando altozanos, pistas rurales y cruces de carretera. Durante el almuerzo, subidos en unos fardos de paja lindantes con el camino, volvieron a pasar aquellos dos sombreros de corte oriental occidentalizado. Iban separados y parecía que no tenían mucho que contarse aquella mañana.

Fue en la tercera jornada, a una hora de Santo Domingo, cuando ocurrió. Primero los divisamos al contraluz de un sol veraniego, por la mañana, subiendo una colina. Luego, una vez más, cada uno siguió su ritmo. Y no fue sino al terminar el almuerzo cuando ellos dieron una señal de reconocimiento, al adelantarnos, saludando con la mano.

Avanzaban. Se detenían. Hacía el padre una, doscientas fotos. Continuaban. Cuando bajábamos la última ladera antes de llegar a la ciudad, Lee, con paso rápido y seguro se dispuso a adelantarnos.

-Morning –dije.

-Morning –contestó con una voz falta de tono y de color.

-¿De dónde eres? –pregunté en inglés, aunque se adivinaba que era coreano, la tercera o cuarta nación que más recorre el Camino de Santiago.

Siempre le había visto solo. Incluso cuando caminaba junto a su padre nunca se les veía en conversación. Pensé que las preguntas de siempre desbrozarían el camino hasta hallar algo común o interesante que contar; pero como esto no ocurría, a excepción de que de su nombre sólo entendía la palabra “Lee” (como Bruce Lee), opté por formular la pregunta prohibida:

-¿Y cómo así vienes de tan lejos a hacer el Camino de Santiago?

Lee buscó las palabras adecuadas en inglés. Como no encontraba la palabra exacta, unas veces miraba al cielo y otras a la tierra, como buscando ayuda. Volvía la cabeza y miraba hacia atrás como pidiendo al padre que le echase una mano. Se arrancó a hablar dos veces y dos veces se detuvo con sonidos incomprensibles. Sospechando que le había puesto en un compromiso opté por abandonar.

Y tal como suelo hacer en situaciones llamadas embarazosas, tras una breve disculpa, -“Oh, don´t worry about it”-cambié de tema con la misma facilidad con que un niño coge una onza de chocolate y se la mete en la boca.

Lee no hablaba un perfecto inglés, pero comunicaba bien. De cara un poco alargada, los ojos más altos que anchos y el pelo liso acabado un poco en punta daba la impresión de estar en permanente estado de admiración. Pasamos casi media hora hablando de los respectivos países. Cuando creí haber engañado sus miedos y recelos volví a la carga:

-¿Por qué dijiste que habías venido con tu padre al Camino de Santiago?

Sin trabarse lo más mínimo, contestó a la primera, a bocajarro:

-Yo no quería venir. Es mi padre el interesado; pero sólo habla coreano y necesitaba a alguien. Me ha pagado el viaje y como estoy en paro hasta diciembre en que iré con una beca a Texas a hacer un master no tenía nada mejor que hacer y acepté.

Seguimos hablando otros quince minutos. Al llegar al cartel de entrada donde se puede leer Santo Domingo nos despedimos. Lee dijo adiós a lo oriental, con las manos juntas, inclinando la cabeza ligeramente hacia adelante, agradeciendo la compañía, dejando bien claro con gestos que no con muchas palabras que había sido un pequeño placer y un honor caminar juntos. Delicadeza oriental

Perdí su rastro.

Durante las tres siguientes jornadas no supe nada de él –Villafranca Montes de Oca, San Medel-Burgos, Tardajos.

Cuando volví a verlo, en Hontanas, un oasis en el desierto de cereal mesetario, lo encontré hablando animadamente en un corro. Dudé si era él, siempre solo y circunspecto; además, los rasgos orientales nos confunden. Parecía estar en su ambiente, hablando y escuchando. Una hora más tarde –habíamos hecho allí el alto en el camino- salí de la habitación para buscarlo y saludarle.

-¡Carlos! –exclamó con efusividad.

-¿Te acuerdas aún de mí?

-Sí. 27 de diciembre…

Efectivamente dio la triple contraseña del primer encuentro. Entonces hablaba con la timidez del extranjero que aún no se siente cómodo en tierra extranjera; ahora se le notaba suelto y abierto. Su voz, entonces monótona, ahora era suave y apacible, recogía oídos y miradas. Su simpatía aunaba corazones.

Nos pusimos brevemente al día. Me fui a hacer unas compras para la cena. Cuando volví a buscarlo, las ocho y media de la tarde, para asistir juntos al espectáculo del atardecer desde lo alto de la montaña que protege el pueblo, me informaron que estaba dando un paseo en compañía de una joven alemana. A las nueve y cuarto de la noche lo encontré frente al albergue departiendo con un sudamericano. Nos hicimos la foto, ya sin miedo, intercambiamos e-mails, nos dimos calurosamente las manos, luego un abrazo y nos dijimos adiós. Resultaría una despedida precipitada, pues, poco después, por otro motivo, le vi hablando con otra moza del lugar. Nueva y errónea despedida –como toda despedida en sí-, pues al día siguiente. nuestro último día del Camino, volveríamos a hacerlo hasta tres veces más.

Algo había cambiado en Lee desde que lo encontré, sentado en un banco, como agotado, a las 7:30 de la mañana, a las afueras de Logroño. Aquel joven que hacía poco había acabado sus estudios en la Universidad, de apariencia tímida, callada, extranjero en tierra extranjera, sin grandes motivos para hacer aquel larguísimo viaje, limitado a su soledad y a la soledad casi absoluta del padre, ahora aparecía seguro de sí mismo, con una sonrisa ilimitada, proclive a todo encuentro.

Y es que el Camino, incluso en la desértica meseta interminable de sol y rastrojos de verano, incluso para aquel que lo hace sin saber por qué, tiene algo que… engancha.

Lee.

lunes, 20 de septiembre de 2010

6.- Voluntarios



Voluntarios

Muchos, a menudo ocultos y desconocidos, son los que protegen el Camino con su voluntariado. Anónimos, invisibles, aparecen y desaparecen en sus múltiples funciones. Mayoritariamente son mujeres. Hay quienes sencillamente hacen un relevo al día o a la semana para atender el albergue municipal o parroquial; hay quienes, más humildemente, barren, friegan o ponen en orden camas y literas; los hay que preparan el menú del peregrino, quienes abren las iglesias, quienes actúan como improvisados cicerones en ellas o quienes a falta de oratoria y grandes retablos cantan las alabanzas al santo o a la virgen del lugar invitando a continuación a una oración.

La primera vez que los ves, amables, serviciales, concediendo su tiempo a los demás sin beneficio pecuniario alguno, te sorprenden; luego, te inquietan y te cuestionan algunos aspectos de nuestra ajetreada y egoísta vida occidental; no mucho después comienzas a admirarles y a sentir la necesidad de compartir un tiempo con ellos.

Es entonces cuando se sienten recompensadas –perdonad este brusco cambio al femenino, pero una gran mayoría son mujeres- y cuando tu curiosidad o tu discusión por un detalle se vuelve emotiva, inquietante y enriquecedora. El trato natural se transforma en cercanía y roza la intimidad. Si te dejas llevar por cada una de sus personalidades un montón de pequeños regalos surgen, sin buscarlos, en el Camino.

Tomemos a Elisa por ejemplo.

Villatuerta, Navarra, a 4 kms. de la muy noble y leal ciudad de Estella.

Si encontrases la puerta de la iglesia dedicada a San Veremundo cerrada sólo tienes que preguntar a cualquier vecino por la guardiana de las llaves. Elisa, que ha recalado en Villatuerta en su paso por esta vida y que ha sido bendecida con el don de la generosidad, dejará de hacer lo que está haciendo y se presentará de inmediato con su pequeño manojo de llaves a abrirte la puerta de la iglesia. Una vez dentro, te concederá unos minutos –no muchos- para que disfrutes, si es verano, de la frescura, soledad y oscuridad del recinto sagrado hasta que, poco a poco, primero los grises y después toda una viva gama de colores invadan tu visón de las cosas. Entonces y sólo entonces se te acercará por la espalda con su pequeña libreta, escrita en la primera parte, en blanco la segunda, y siguiendo los apuntes con un bolígrafo como puntero comenzará a darte unos primeros trazos de orden cultural de lo que estás observando. Si te muestras receptivo, ella agradecerá tu interés con su amena conversación.

-¿Y quién dice usted que talló el altar? –pregunta Julio, que gusta usar el usted con personas de edad.

-Espera un momento que lo miro. Fue… -y busca afanosamente entre las cuadrículas de la libreta.

-Para mí, que es el mismo escultor que talló el altar de la iglesia de mi pueblo –sentencia Julio sin dejar el más breve resquicio a la discusión.

-¿Sabes cómo se llama? -pregunta ella por si el nombre le sonara familiar y de paso salir de aquel atolladero de tonos rotundos impositivos que no está dispuesta a aceptar.

-No, pero el estilo es idéntico. Es más: este altar es copia del de mi pueblo –continúa, ufano, defendiendo su posición.

Aquí Elisa acepta el reto de la discusión creyéndose ganadora y olvida seguir buscando.

-¿De cuándo data el altar que dices?

-Que me es igual –apostilla Julio sin dar el brazo a torcer aún sabiendo que sólo está jugando por el prurito de discutir tozudamente-. Ya le digo yo que el de mi pueblo fue primero y que este es una copia.

Es divertido escuchar este tipo de conversaciones sin tomar partido. Allí se esgrimen dichos y citas que nadie corrobora, refranes que lo mismo atacan que defienden, nombres de curas y tradiciones festivas que nada testifican, detalles ornamentales, exvotos y otras ganaderías. Todo vale.

-¡Aquí está! –toma aire- Yo no digo –insiste ella sonriente por el hallazgo y más por no ceder que por tener o no tener razón- que el de tu pueblo sea o no sea, pero San Veremundo sólo hay uno.

Los asistentes a la lidia pueden salir al claustro, sencillo, encantador, con todos los detalles que se espera de un pequeño claustrillo, o disfrutar de esta lucha de cuernos de carnero. Pero, siempre, siempre, el final es amable, cariñoso, prometedor.

-Ya pasaré otro día y se convencerá –acaba sentenciando Julio No crea que me doy por vencido.

Y allí queda alguien, con su manojo de llaves, como un soplo de atardecer, como un vaso de agua fresca en el Camino.

María, por el contrario, es una mujer hiper-mega-religiosa; es decir, una humilde creyente de las de antes, viuda y alma mater del cuidado de la iglesia rupestre de Tosantos, en la provincia de Burgos. Al hablar infunde ese fervor que recuerda aquellas viejas Vidas de Santos de los comics –entonces tebeos- de los años 60. Católica, apostólica, romana y, sin duda alguna, celestial. Invita al rezo mariano, a los cristianos timoratos que se acercan a la ermita y sabe aguantar con estoicismo las burlas de algún –creyente o ateo, es igual- irrespetuoso.

-Cada uno -afirma- sabe por qué hace el Camino. Yo estoy para cumplir con mi menester: abrir, explicar, rezar y cerrar esta puerta. No soy nadie para juzgar a nadie. Si suben aquí, por algo será. Yo no tengo por qué saberlo. Sólo ellos y Dios lo saben, Creo que el Camino es bueno y que lo que yo hago también es bueno. Lo demás no es de mi incumbencia. Buen Camino, señores.

Pero voluntarios del Camino no son sólo estas personas que de forma tan directa dan lo que, aparentemente poco, pueden. También existen otros voluntarios involuntarios y que son requeridos en circunstancias especiales y anómalas, a quienes se les pide ayuda y quienes, sin conocerte, se involucran en tu destino y camino dándote la mano.

Ahí están, por ejemplo, Rufino, Mariano, Pachi y cien mil más por quienes, como los voluntarios, nadie pagará 7 millones de euros como rescate alguno por su trabajo generoso en países exóticos pero cuyo valor supera cualquier cifra que quieran poner los políticos, los directores de clubs de fútbol o los poderosos.

Ellos no provocan grandes aventuras; aunque, sin duda alguna, son la aventura que espera a los peregrinos que se cruzan en su camino.

viernes, 17 de septiembre de 2010

5.- Two German Girls - Tosantos



Two German Girls

Como muchos –supongo, y me repito- no tenía ni idea de lo que se podía esperar del Camino. En realidad no esperaba nada especial. El hecho de hacerlo protegido por una amplia compañía a la que me sentía unido, y parcialmente atado, restaba toda posibilidad de aventura o encuentros misteriosos. Y tampoco esperaba nada especial a pesar de que las numerosas frases de doble sentido, palabras inasibles, expresiones cubiertas de niebla sobre el Camino dejaban una promesa de emociones inesperadas, encuentros inexcusables, descanso anímico de hombre de ciudad.

Después de haber sido materialmente asaltado por el azar los primeros días con el refrescante encuentro con Cho Hyean Me o Laura, Pura Vida -el desconocido que tiene algo que mostrarte- caminar las siguientes etapas ricas de iglesias y viñedos riojanos, ya crecidos y con abundante uva, promesa de banquetes y fiestas, comenzar las tierras burgalesas, aún en lontananza, con promesas de pan, todo amarillo, todo con rastrojos delatores, y no haber ocurrido incidencia alguna digna de mención, excepto las provocadas por los cuatro caminantes entre ellos mismos, por una parte me dejaba claro que el Camino no era un Show Televisivo donde a cada hora del día hay un escándalo, un partido de fútbol, una mala película… ni tampoco un espacio de constante, obligada y neurótica diversión al son de los tiempos.

En Villambistia no pudimos ver el interior de la iglesia; no por ser hora temprana, sino por encontrar, sorprendentemente, a la coral del pueblo ensayando. En los dos siguientes pueblos ni siquiera descubrimos a un lugareño. En Tosantos, la iglesia rupestre seguía quedando alejada del Camino.

Siempre que pasaba por este pequeño y desconocido pueblito, igual que en Redecilla del Camino la Pila Bautismal del siglo XII, me decía “otro día será, pasaré con más tiempo.” Han pasado más de 35 años con este número más que triplicado las veces que he transitado por estos parajes y una vez más he pasado de largo .

Cuando al final del trayecto cogimos el autocar que nos llevaría desde Villafranca Montes de Oca a Grañón para recuperar nuestro coche escoba, después de ver la exquisita iglesia de San Juan Bautista, una de las miles de pequeñas joyas desconocidas de nuestro país, sorpresa inesperada de quien abandona la cómoda carretera nacional y recala en el pueblo, decidimos detenernos allí donde siempre nos habíamos excusado por la premura de tiempo,

La mujer del primer bar junto a la carretera nos animó a subir a la ermita, horadada en mitad de la montaña.

-Probablemente esté allí María enseñándola. Subió hace media hora con unos peregrinos.

Atravesamos medio pueblo –francamente pequeño-, ahora recuperado por aquellos que un día emigraron a Bilbao, a Barcelona, tal vez a Madrid, casi abandonado y ruinoso en los años 80-90, cruzamos el riachuelo y la chopera, escuchamos aves y hojas nacidas para ser mecidas por el leve viento de la tarde y subimos el empinado camino de la derecha, de tierras calizas, hacia la ermita.

Estaba abierta la puerta enrejada de afuera y muy entornada la de entrada, de madera.

Entramos respetando el silencio reverencial que dominaba la pequeña ermita.

-Al final de la explicación –repetía María- una chicas cantarán a la virgen.

Y me imaginé cantando, si no el Salve Regina al menos alguna antiquísima canción mariana. Cuando María acabó la explicación, dos chicas, de unos 17 años de apariencia pero probablemente entre 19 y 21 fueron a la parte de atrás, al improvisado coro, y proyectando la voz desde el fondo entonaron Bless the Lord my Soul (El Señor bendiga mi alma) Mal situado para verlas cantar, me levanté y me coloqué en un lateral.

-¡El canto de los ángeles! –escuché de mi mente.

La impecable y perfecta entrada, la primera nota, la primera palabra “bless” predijeron que aquella música, aquellas voces no eran de la tierra. Apenas habían alcanzado el primer verso –Bless the Lord my soul- hube de cerrar los ojos, abrir de par en par todos los sentidos y olvidarme de mi propio cuerpo, pues los sonidos eran tan subyugantes y poderos como para hacer vibrar el aire, la carne, los corazones, las paredes bajo la montaña, el universo abarcable.

Dudo que cuando uno alcanza en su propia mente el estado alfa después de un buen ejercicio de respiración, o cuando en plena meditación uno vive y trabaja en su paraíso personal, o en esos momentos de soledad individual absoluta, la sensación de pérdida de gravidez, de abandono del ego, de sentirse parte del todo –naturaleza o cosmos- sea más patente.

Posiblemente, cuando Juan el bautista bautizó a Jesús de Nazareth y la gente creyó ver rasgarse los cielos y escuchar a Dios o a los ángeles, no fue sino que alguien con una voz pura, reflejo de la Vida, entonó una canción adecuada al momento y al lugar.

Sobrecogidos, pues, por aquellos inefables sonidos, cada uno de los presentes se dejó llevar a sus propias inquietudes. Incluso la parejita del primer banco que no cesaba de mostrar su anticlericalismo mientras María lanzaba las alabanzas a la Virgen y al Señor cesó en sus murmullos para dejar oír un sonido superior.

No habían recitado aún la segunda estrofa y varios de los asistentes, de distintas nacionalidades, -franceses, irlandés, españoles, italianos…- se recogían con los ojos cerrados.

Una explosión de sonidos y de sensaciones, de sangre a ritmo de corazón, un sentirse bien, invadió la atmósfera. No se necesitaba más. Dudo que los eremitas que habitaron aquel cenáculo adquirieran un estado de comunicación con Dios o con la naturaleza de las cosas superior al que aquella improvisada comunidad alcanzaba.

Repetirían el canon unas siete u ocho veces. Siempre igual y siempre distinto. Siempre perfeccionando la más mínima variación, suspensa la respiración de los oyentes. Cuando el descenso de la intensidad de la música y la ralentización de las notas avisaron que nos preparásemos para volver a la realidad, presente y vital, no artística de la vida, los pechos, necesitados de aire, comenzaron a inspirar.

Acabado el sonido de la música, aún sabiendo fehacientemente que la composición había finalizado, nadie mostró el menor asomo de querer romper el silencio. Sólo cuando María lo creyó oportuno irrumpió con un aplauso lento, rotundo, sonoro que poco a poco fue en aumento hasta hacer temblar la montaña.

Two German Girls.

lunes, 13 de septiembre de 2010

4.- Pachi - Grañón

Pachi

Alegre, comunicativo, directo, con don de gentes, Pachi o Patxi –Who knows?- podría ser, por el físico, el auténtico protagonista de Jesuscristo Superstar; por su forma de comportarse, un cura moderno, progre, obrero, de los años 70; por su labia, el mejor político del momento.

En el bar del pueblo, se le ve atento a todos y a cada uno de los concurrentes, desde la oronda camarera de aspecto campestre a quien sobrecoge la clientela después de la misa de una del domingo, hasta el último cliente, creyente o ateo del bar, por no decir más sobre el desparpajo de su fluida conversación con las damas de las mesas de afuera. Más parecía el dueño de un bar con pedigrí que atiende por la satisfacción y placer a una clientela de clase que un mero cliente que bebe un tinto reserva navarro con los amigos.

Grañón. Rioja.

Cuando al día siguiente regresamos para que nos enseñase la iglesia, en visita privada, su cálido recibimiento no desmereció del recibido en las presentaciones el día anterior.

Hijo de Sansol –Navarra- se había encontrado con J. unas semanas antes en una celebración familiar. Ahora era el momento de que ambos cumplieran con su palabra: J., haciéndole la visita prometida para que nos enseñase la iglesia de la parroquia que dirigía; Pachi, recibiendo a aquel cuasi pariente de Torres del Río mostrándole las excelencias de su vocación.

Las excelencias de su vocación.

Para muchos, tales excelencias se reducen al “ora et labora” propios de un cura rural. Para Pachi, su componente eclesiástico se compone de tres ramas fundamentales, a la vez subdivididas en incontables ramas de infinitas posibilidades, en la combinación de número de pueblos a los que asiste, multiplicado por el número de feligreses, practicantes o no practicantes. Estas tres ramas, predeterminadas, como se dice ahora, serían:

a) cuidar su propia persona como creyente y como persona instruida.

b) cuidar de su grey atendiendo en todos los aspectos físico-espirituales que hubiera menester.

c) mejorar física y artísticamente la iglesia que preside.

Su saludo, para quien lo encuentra por primera vez, es una mano grande de hombre honrado de campo; un apretón que transmite respeto, bondad, energía, disponibilidad. Sentir su contacto te hace creer que es un hombre convencido de su persona y de su ministerio.

Su voz, potente y sonora, saliendo de esa boca bien cincelada, en medio de una cara poblada de barba donde ya comienzan a aparecer distintos tonos de bello blanco y gris, se hace escuchar, y obliga a escuchar los silencios.

El cuerpo, alto, fuerte, de hombros recios y pisar decidido, dan esa prestancia y apariencia de hombre de pensamiento creativo y artístico.

Entramos en la iglesia. Durante el recorrido no abusó ni de clericalismo ni de citas evangélicas. Breve y conciso en su exposición; mas, apasionado en las explicaciones del cómo encontró aquel templo y los días y los trabajos que le costaron poder mostrarlo tal como lo encontrábamos ahora. Su rostro se perdía en el recuerdo de tallas ocultas, la sacristía semi abandonada, las casullas bordadas en oro pasto de humedades y del tiempo… Se perdía y se iluminaba. Se apagaba y se encendía su voz. Rostro y manos morían primero, para ganar a continuación en expresividad y viveza.

Pachi, que sabe que el paso por la vida como el paso por aquella parroquia, es cuestión de tiempo –breve-, parece entregar la herencia de su palabra, de su hacer, de su persona, en la mejora de la casa del Señor. Pero también sabe que esa mejora es arte y cultura, y no quiere que una religión tradicional, aburrida y decadente, pierda la enorme riqueza de sus creyentes a través de los siglos.

-¡Si vierais cómo encontré las capas pluviales y casullas, aquellos libros de canto del fondo de la sacristía, en esta especie de alacena tapiada! Más parecían pasto de ratas que vestidos religiosos para los días grandes y solemnes… Escondido, detrás del altar, encontramos a este San Miguel Arcángel venciendo al demonio; pero, fijaos en el detalle de cómo el demonio de una forma erótica pone sus manos sobre la pierna del arcángel. Eso debió de perderlos a los dos pues fueron condenados a vivir por siglos detrás del altar. Al menos no lo destruyeron.

Pachi siente que cada piedra que ha limpiado, cada imagen que ha rescatado, cada vestimenta que ha recuperado es como si hubiera salvado un alma, como si hubiera alcanzado la gracia un nuevo converso.

-¿Y después de ti?

-Después de mi, ¿quién sabe? Quizás alguien continúe con ello o quizás pasen otros dos o tres siglos hasta que alguien vuelva a recuperar estas joyas, o aparezcan otras…

Porque, para Patchi, tan joya es la leve pintura casi invisible que matiza un pliegue del vestido de un bajorrelieve de un santo como aquel ángel defenestrado, como la palabra de cualquiera de sus parroquianos y feligreses.

-¿Y ellos valoran este trabajo?

-Muy pocos; pero, ven. Ven que todo está más limpio, que se han hecho muchas cosas, que para ellos no sirven de nada… Tal vez, con el tiempo, cuando me vaya o me muera. Pero eso no importa. Lo que importa es que alguien lo hizo y yo estoy aquí para rescatarlo, mientras dure, claro.

Puedo imaginar fácilmente a este anónimo cura de pueblo con la pica y la paleta, con la brocha y el pincel, limpiando, examinando, pensando, proyectando. Lo veo en frenesí nocturno hasta altas horas de la noche, apasionado por un detalle o un descubrimiento, por algo que jamás sus feligreses, se enterarán de que existe.

Así, entre ora et labora, sin ser miembro de la orden que hizo famosa tal consigna, Pachi pasa la vida.

Cuando ves cómo le miran, cómo hablan de él en el pueblo, sabes que los héroes y los santos sentían ese fervor del pueblo aunque, a veces, también les mataban.

Pachi, o Patxi, –Who knows?

El cielo no debe de andar muy lejos de él.

sábado, 11 de septiembre de 2010

3.- Pura Vida - Estella


Pura Vida

Y, sin embargo, parece que ve con claridad el camino.

No, no es invidente ni clarividente; pero mira, observa, ve con claridad. No necesita tener los ojos abiertos ni cerrados para reconocer el camino. Posiblemente porque con los ojos abiertos a veces erró; posiblemente porque con los ojos cerrados decidió cuál era la mejor opción.

A lo lejos, puedes confundirla con una mujer blanca de pelo rubio, delgada, de facciones ya marcadas por la edad y la experiencia. A una distancia media, los complementos pueden confundirte y hacerte preguntar qué hace una “piel roja” por estos lares tan lejanos para Manitú. De cerca, te sorprende esa mirada que interroga a cuanto pasa a su lado, ese dejarse llevar por las circunstancias y las conversaciones del camino, ese acercamiento del que ha vivido –vivido- con y entre humanos.

Una vez más, pasé de largo por no desconectar de mis objetivos del Camino, ni de la naturaleza. Una vez más mis acompañantes iniciaron el rito del saludo.

Siempre que ha de darse un acontecimiento, la ocasión aparece y se da. Siempre que ha de darse un paso, el pie, con un simple acto reflejo, lo da.

La primera impresión que me dio fue de alguien que busca, que ha buscado y que sigue buscando en el camino. Luego se le escapó una expresión:

-¡Pura vida!

Más tarde, no pude evitar hacerle una pregunta.

Aún no acepto que cada vez que hacemos una pregunta sabemos la respuesta. Diría más: aún no acepto que las preguntas que hacemos son una invención de nuestra manía de verbalizar para llegar a las conclusiones que anidan en nosotros.

-Quiero hacerte una pregunta, no sé si impertinente, malintencionada o…

-¿Indiscreta? –bromeó ella.

Pero le hice una foto.

-¿Qué haces?

Se rió y cerró los ojos para que la cámara se volviera negra y no la sacase, o, de sacarla, salir en negativo.

-Ja-ja-ja.

Una risa muy diferente a una risa facebook o una risa twenti: clara, abierta, nacida de las entrañas y de la naturaleza.

-¿Por qué “pura vida”?

Y me abrió un poquito el alma.

Todo lo demás lo dibujé yo.

A color.

Laura.

2.- Cho Hyean Me -Roncesvalles


2.- Cho Hyean Me




Cho Hyean Mi.
Nos habíamos sacado ya la foto de rigor. La imagen de nosotros cuatro -Marian, mi mujer, Cruz, su hermana pequeña, Julio, mi cuñado, con quien por dos veces había viajado a la India, y yo- contrastaba con los edificios de piedra, dura y oscurecida por el tiempo, símbolo de Roncesvalles: colegiata, monasterio, iglesia de Santiago… Nos habíamos detenido justo en el Km. cero de la peregrinación, cuando abandonando el asfalto, a punto de meternos por un sendero de tierra, nos detuvimos a reconocer la trayectoria de la primera etapa en un panel acristalado y enmarcado en madera. Con el dedo índice como puntero fui leyendo los distintos lugares por donde habríamos de pasar desde Roncesvalles hasta Larrasoain: Burguete, Espinal, Bizkarreta, Alto de Erro…
Comenzábamos, ahora sí, una nueva experiencia, una nueva andadura.
***
Un joven bosquecillo no sólo nos ocultaba del sol, aún muy bajo a esas horas de la mañana, sino que nos escoltaba hasta que tuviésemos la suficiente confianza en nosotros mismos como para no necesitar protección alguna y seguir solos nuestro camino.
Andaba distraído en las mil curiosidades que ofrece la naturaleza -clase de árboles, arbustos y flores silvestres, sonido de las aves, olores de la mañana, sensaciones en la piel…- cuando tropecé con el primer viandante que de alguna forma interrumpía mi soledad y dedicación absoluta al camino. La mochila resultaba un poco grande para el cuerpo, más bien menudo, de la portadora. No era una persona muy alta, ciertamente, ni mayor. Según me acercaba iba distinguiendo facciones típicamente asiáticas.
-Hi –saludó en un inglés no muy puro cuando llegué a su altura.
-Hi. Buenos días –respondí a su saludo.
Saludo y tiempo suficiente para corresponder a su sonrisa, echarle una mirada fotográfica, analizarla física y anímicamente.
Tenía una sonrisa endiabladamente bonita. Y los ojos, ligeramente ovalados y brillantes, avalaban un halo de quietud, simpatía y tranquilidad consigo misma. A pesar de que se me presentaba la ocasión para comenzar el camino haciendo amistades y de que la encontraba agradable y sensiblemente atractiva, opté por seguir mi destino. No deseaba hablar con nadie tan de mañana y sí someterme a la soledad del camino y de uno consigo mismo. Si algo había que deseaba del Camino de Santiago, del que tanto y tanto había oído hablar, era disfrutar de la soledad conmigo mismo, perderme en mis propios pasos y en el paisaje, olvidar la pesada carga de Atlas que deja la ciudad, intentar rozar el punto cero de mi esencia.
No obstante, y antes de abandonar este pensamiento, mi mente buscó en su banco de datos alguna sonrisa conocida cercana a aquella sonrisa que generosamente me había regalado. Y la encontré. Algo había en común en aquella sonrisa que me hizo recordar la de… Yuki.
Seguí adelante.
No habríamos andado 500 metros cuando mis tres compañeros aparecieron descifrando una leyenda en el primer cruce del camino . Era algo sobre el lugar, referido a unas brujas que en otro tiempo habían dominado aquellas tierras. La muchacha oriental también se detuvo uno o dos minutos después. Como las mujeres dudasen si entendía o no el contenido de la información, Marian optó por preguntarle:
-¿Entiendes lo que pone?
-Oh, no. I don’t speak Spanish. Only English. And Korean, ji ji ji.
-Me English too, very bad –se defendió Marian.
La risa de la joven coreana sacó la empatía entre mujeres. En realidad toda risa es prueba de empatía. Ella te habla de tonos y vibraciones en común o de sonidos estridentes que te separan. Te acerca anímicamente a lo inefable del otro o pone un muro de contención. Sugiere el contacto o estimula la defensa. En definitiva: la risa es uno de los primeros símbolos de atracción o de rechazo entre los humanos: vibraciones, sonidos y gestos corporales abren todo un fichero informativo de la persona en cuestión.
Rieron las tres mujeres.
Conocedor de estas situaciones fui el primero en seguir adelante. Julio, aún interesado en estudiar a la joven, me siguió; aunque, antes, me expresó su contrariedad. Nos siguieron las mujeres, las tres intentando entenderse a tres lenguas. Ahora, ya sabía que tarde o temprano aquella joven extranjera entraría a formar parte de mis recuerdos.
Apenas alcanzamos Burguete cuando requirieron mi ayuda:
-Tradúcele “cómo es que ha venido a hacer el Camino de Santiago”.
En medio del pueblo, Burguete, frente a la iglesia, tomamos las primeras fotos.
-Cho Hyean Mi. Mi name is Cho Hyean Mi.
Y al pronunciarlo imaginé las verdes colinas de Corea del Sur. Y luego visioné su casa en una pequeña ciudad cerca de Seúl, y los sonidos de los cantos de las mujeres. Y también imaginé a toda la familia viviendo juntos: abuelos, padres, hijos, hijos de los hijos.
Era estudiante y había hecho un alto en los estudios para conocer Europa. Había visitado más de 8 países y había venido de Francia para hacer el Camino de Santiago.
-¿Cómo es posible que sea tan famoso en tu país siendo mayoritariamente budistas?
-Allí tenemos muchos libros sobre el Camino. Es muy popular. Todo el mundo lo conoce…
Sin embargo, ¿qué conocía yo de su país? Eso era algo que siempre detenía mi pensamiento. La primera vez que me ocurrió algo parecido fue en Turquía. Allí encontré en cierta ocasión a un turco que hablaba un castellano perfecto, conocía más dichos que yo, que de vez en cuando presumía de “hombre refranero, hombre sin dinero” y me hablaba de las ciudades de España como si se tratase de Ankara o Istambul.
Dimos los primeros pasos de acercamiento. Suaves. Tranquilos. Volvimos a caminar en silencio, ella a veces al lado, a veces ligeramente detrás de mí. De vez en cuando me detenía por si necesitaba algún tipo de ayuda o para evitar posibles caídas, o para sacar la botella de agua de su mochila. Hablábamos. Guardábamos silencio. Comentábamos algún aspecto del paisaje. Volvíamos a callar. Media hora después, el grupo daba por sentado que ese día Cho Hyean Mi sería mi compañera de Camino.
No nos obligamos con palabras ni con los silencios, algo tan fundamental en el respeto del otro. Ni la palabra que se excede y no tiene nada que comunicar ni el silencio creó vacíos; más bien era como el suspiro que espontáneo responde a un estado interior.
-Me maravilla tu peregrinación por Europa y ahora por el Camino.
Me dedicó una sonrisa comprensiva.
-¿Qué has aprendido en tanto tiempo entre la gente que has encontrado, Hyean Mi?
Me miró a los ojos. Se me quedó mirándome a los ojos. Unos ojos comprensivos, exploradores. Sonrió. Una sonrisa abierta, generosa, sin afección alguna. Inspiró buscando oxigenar la mente antes de dar la respuesta, respuesta que yo estaba esperando con curiosidad y máxima expectación. Logró crear el silencio antes de las palabras importantes.
-¿Te importa que te lo diga mañana? Tengo que pensar en ello esta tarde.
Le sonreí.
Eso quería decir que mi mañana con Cho Hyean Mi… estaba asegurado.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Camino de Santiago, 2.010 - Presentación

Camino de Santiago 2.010




1.- Introducción


Hacer el Camino de Santiago y no aparecer en una foto, de cámara propia o ajena, o no escribir o contar sobre dicha andadura, es prácticamente imposible, increíble e inexplicable.

No importa los motivos que uno haya encontrado para decidirse a hacerlo (primera tautología del camino ): creyente o ateo, de a pie o a caballo, clérigo o laico, aventurero o flemático, necesitado u obligado por las distintas circunstancias de la vida, todos, absolutamente todos, observan, escuchan, perciben, sienten, se cuestionan, transforman algo.

El acerbo popular lo explica con el verbo “engancha”.

Sobre el Camino de Santiago nunca está todo dicho, pues se hace, se renueva cada día del año. Curiosamente, por otra parte, al hablar de él toda explicación resulta tan elemental para el que la escucha –algo así de fácil como dar una patada a un balón- que la ausencia de universos desconocidos, grandes cataclismos, éxitos espectaculares... parece abocarlo a una sencillez inexplicable. Entonces, ¿cómo es posible que los libros sobre el Camino de Santiago sean best-sellers en Corea, que no exista país europeo que no ofrezca sus buenas guías sobre él o que sea uno de los temas recurrentes y estrella para escribir en nuestra lengua y país?

Engancha.

Si uno entra en la red, terminará borracho de guías, ahíto de imágenes, abrumado de textos, análisis, simbología religioso-escatológica, experiencias…

¿Por qué escribir, pues, uno más? –se preguntará el lector.

Y la respuesta es que cuanto más vivimos, más constatamos que la vida de todos los humanos es tanto más parecida –con la pequeña variante del status social- y eso mismo hace que cada vivencia aporte, esclarezca, evidencie distintas y semi escondidas partes de esa igualdad.

Como muchos, fui san saber con exactitud el por qué, por más que diese una respuesta contundente y precisa para las estadísticas al pedir la Credencial del Peregrino. Pero, después de las 13 primeras etapas –de Roncesvalles a Itero de la Vega- estas son algunas de la joyas que me esperaban por descubrir.

Buen camino.

Nota: A partir de esta introducción, semanalmente aparecerán dos artículos sobre la experiencia de dicha andadura.